EL ÁNGEL GUARDIÁN|Erick B. Colón.|Completa.

C10: Nuevas amigas.

NOTA: Ya sé que los papás de Erick no se llaman así pero aquí si lo harán...me da cosa matar gente que si existe, so...JAJAJA las spoileaba antes de leer. Ya que aclaré este punto ya pueden continuar con su lectura.

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Observé detenidamente un par de enormes portones negros mientras mi corazón latía con mucha fuerza dentro de mi pecho. Abney Park Cementary anunciaba en una enorme placa negra justo por encima de los imponentes portones de metal color negro. Crucé lentamente y caminé por el enorme lugar, de hecho...a simple vista parecía un jardín completamente bien cuidado. Podía escuchar como un montón de pájaros cantaban encima de las copas de los enormes árboles y de hecho eso hubiese sido completamente lindo sino hubiese sido un cementerio.

Miré a mí alrededor y observé algunas placas grabadas de metal en el suelo. A los lejos había algunas personas apiladas en un pequeño grupo todas ellas vistiendo de color negro, me llegaba el leve bullicio de llanto y palabras inentendibles, me quedé quieto contemplándoles un par de minutos hasta que decidí dejarlas de lado y continúe caminando, de hecho, parecía como si mis pies supieran exactamente a donde llevarme pues parecían tener vida propia, unos minutos después me detuve frente una placa que parecía de mármol, leí detenidamente y parpadeé un par de veces, Antonette & Jacob Colón.

Abrí los ojos y me senté de golpe. Respiré entrecortadamente y mi corazón latió muy de prisa. ¡De nuevo estaba soñando!

—¿Erick...?—giré rápidamente mi cabeza para encontrarme con los ojos marrones de Nishdali. La miré un segundo y llevé mi mano a mi cabeza en un acto de pura inercia.

—¿Qué me pasó?—pregunté en voz baja.

—Te desmayaste...—anunció poniéndose de pie. Caminó hasta mí y posó la palma de su mano por encima de mi frente. Al instante una corriente eléctrica atravesó toda mi espalda. La miré directamente a los ojos y parpadeé sin comprender a que rayos se refería.

Yo no lo recordaba en absoluto.

—¿Yo?—pregunté en voz baja.

—Eres el único que está en la camilla de la enfermería, así que...si—sonrió y quitó su mano de mi frente.—estás sudando de nuevo, Erick...—me dijo y se sentó a mi lado.—creo que deberías recostarte de nuevo y sacarte ese enorme abrigo que sólo provoca que sudes más...—agregó mirándome tal cual una madre mira a su hijo cuando le está dando consejos.

Obedientemente me quité el abrigo y se lo tendí. Ella lo tomó entre sus manos y lo dejó en su regazo. Un escalofrió recorrió mi cuerpo y temblé.

—Sé que tienes frío, Erick. Pero es necesario que no estés tan abrigado, la fiebre no es buena—la miré de nuevo.

—¿Qué hora es?—pregunté confundido.

—Las doce menos diez—anunció.

—Espera....he estado desmayado, ¿casi cuatro horas?—pregunté. Ella asintió.

—La enfermera dice que es muy probable que te haya bajado la presión por estar expuesto a situaciones estresantes...—parpadeé un par de veces. ¡Los médicos y sus deducciones erróneas!—no es que estuvieras desmayado todo ese tiempo, es más bien que dormiste un rato.—suspiré.

—Siento haber hecho que perdieras prácticamente todo el día de clase—le dije sincero.

—Está bien, no te preocupes.—sonrió mirándome. —¿Cómo te sientes?—preguntó.