Capítulo 17.

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Revuelvo con vigor la masa del futuro pastel de vainilla que pienso hacer. Últimamente me he sentido feliz por no tener ansiedad, ni ataques de pánico y esas cosas, pero al parecer lo demuestro lo afectado que estoy a través de la glotonería. He comido como si no hubiera un mañana.

Con respecto a los hermanos Black. He estado algo ausente en su vida. Me arreglé con Emily, pero Dylan sigue molesto y me ignora todo el tiempo. En clases, en las calles y todos lados. Cierta ocasión, Emily lo invitó a su casa y un montón de gente estaba dentro, la misma chica rara de la fiesta estaba allí. Emily no se molestó en explicarle mucho, pero los invitados eran gente muy joven, unos días después, Emily lo volvió a invitar almorzar junto a esa gente y los pudo conocer mejor. Eran familiares lejanos de Emily o algo así, ni siquiera lograba entender por completo la situación, pero desd aquello que lo volvía a ver a los hermanos.

Le dolió ver como todas esas veces, Dylan lo trataba con diplomacia, no decía ni más ni menos, solo lo necesario.

Observo la masa, necesita más harina. Voy por ella, pero antes de colocarla sobre la mesa, se me resbala de las manos, cayendo como polvo por todas parte, incluyendo mi cara. Demonios. Últimamente todo me sale mal. Muevo la cabeza de un lado a otro, buscando el paño de cocina para intentar quitar algo de harina.

El timbre resuena por toda la sala y cocina, haciendo que me incorpore y me sonrojo.

Ni loco salgo en estas fachas, aún me queda dignidad.

Sacudo bruscamente mi ropa y cabello, para abrir la puerta.

Ella me dedica una mirada de arriba a bajo y ríe.

― Creo que tienes un poco de harina en la cara. ― dice mientras ríe.

A mí se me olvida como respirar un sentimiento de alivio me embarga al verla sana y salva desde la última vez. Cuando recibí esa llamada del teléfono, no podía dormir bien, hasta que el día de hoy la veo. Me quedo congelado, sin poder mover ni un músculo, la saliva deja mi boca y noto como las ganas de abrazarla aumentan con el paso de los segundos.

Suspiro y la miro anonado.

― Mamá...― es lo único que se me escapa entre los labios.

Sonríe con ternura para tomar su maleta y entrar.

Su cabello se ve más joven y sus ojos más alegres. Olvido todo ese sufrimiento que me hizo sentir y angustia, verla aquí, segura y feliz es todo lo que necesito.

Mi madre voltea, para frotarse las manos y olfatear el aire.

― Mmhm...Peter, me parece que ese será un rico pastel de vainilla. ― aprieto mis manos a mis costados y vuelvo a suspirar.

Ella me queda mirando.

Sus imagen se ve tan perfecta, tan sana y segura que me cuesta imaginar toda la angustia que sentí por si a ella le pasaba algo. Tal vez una angustia innecesaria, pero me alegro que este aquí. Conmigo. Mis ojos escuecen y mis labios comienzan a temblar como un niño. Me siento un niño junto a ella. Mi pecho se aprieta de tristeza escondida, que ya no aguanta por salir. Sollozo. Mi madre enseguida me envuelve con un abrazo enorme, donde me desplomo y le correspondo el abrazo, mis piernas caen junto a las de ella al suelo.

― Shh...llora todo lo que quieras, cariño ― su voz se quiebra. ― He vuelto para quedarme.

Me separo a centímetros de su rostro.

― ¿Por qué lo haces? Desde que tengo ocho años, mamá ¿Sabes lo angustiado que estaba por ti...? ― sollozo ― Porque no volvieras...Como papá... ― me da un beso en la frente y acaricia mi cabello.

Menor Que Tú.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora