—¡Basta! —grité con fuerza.
Los niños a mi alrededor se detuvieron por unos segundos, para eventualmente seguir correteando. Tenía tanta autoridad en este lugar como una pulga. De hecho, me ignoraban mucho más de lo que podrían llegar a ignorar a las pulgas.
Reí internamente ante la ironía de mis pensamientos. Los pequeños lobos de la manada no eran propensos a ser víctima de las pulgas, pero sí que lo eran de los piojos. Quizás se debiera a que eran niños muy salvajes, siempre tan rebeldes como para negarse a la limpieza y a las duchas.
Odiaba actuar de niñera. Ellos eran buenos niños... En el fondo. Muy en el fondo.
Bradley, el beta de la manada, me lo había pedido de favor, puesto que su hermana estaba en trabajo de parto. Ella era la que se encargaba de la guardería de la manada, junto con su mate.
Sí, soy parte de una manada de hombres lobos, aunque no soy realmente uno de ellos.
Las manadas funcionaban de maneras peculiares. Teníamos un alfa, que era nuestro líder y figura de máxima autoridad. A su lado, mandaba el beta. Era el segundo al mando, un hombre respetable y capaz de tomar el control de la manada en caso de ser necesario.
Y por supuesto, una luna. La luna era la pareja predestinada del alfa, su papel era importante, pero nosotros no contábamos con una. Y preguntar al respecto era considerado un tabú. Nadie hablaba de la ausencia de la luna, ni las consecuencias que eso podría generar.
Me habían adoptado cuando sólo tenía unos nueve años, o al menos esa era la edad que yo creía tener. Era inexplicable como había sobrevivido por mi cuenta tantos años, pero ahora tenía una familia, personas que me protegían y cuidaban. No todos me aceptaban en la manada, era muy difícil al ser solo una humana rodeada de hombres lobos, pero aquí seguía.
—Anne, bájate de allí en este instante —ordené, para ser ignorada monumentalmente.
Eran nueve niños traviesos, repletos de energía y con ganas de hacer travesuras. La peor pesadilla para cualquier adolescente.
Mucho más cuando ninguno de esos mocosos te respetaba. Todos sabían que era una humana y aunque me había ganado mi lugar en la manada, existían algunos individuos que sólo soñaban con que desapareciera.
Lástima que no les iba a dar el gusto.
—¿Todo bien por aquí? —Nathan asomó su atractivo y precioso rostro en la sala de juegos.
Nathan, el futuro alfa de la manada. Y mi mejor amigo en el mundo. Sus ojos heterocromáticos siempre llamaban mi atención, uno de ellos me recordaba a una pradera en un día soleado, mientras que el otro se asimilaba a un cielo despejado. Su cabello era castaño, un poco desarreglado, pero le daba el toque perfecto para hacerlo ver despreocupado y salvaje.
—Sálvame —dije sin voz, marcando las palabras con los labios.
—¿Quién quiere ir a jugar afuera? El ganador recibirá un premio sorpresa.
Todos los mocosos salieron corriendo gritando de júbilo. A lo que ellos llamaban "jugar", yo lo llamaba salvajismo. Los niños lobos jugaban muy pesado para mi gusto, pareciera que en cualquier momento uno asesinaría al otro, por lo que nunca los dejaba salir a jugar afuera.
Sin embargo, disfruté de estos momentos de pasajera tranquilidad.
—Gracias, te debo una —agradecí con una sonrisa, mientras me secaba el sudor de la frente.
—¿Solo una? —preguntó con coquetería—. Yo diría que me debes unas cuantas.
Y era cierto. Toda mi vida estaría en deuda con Nathan. Me había cuidado desde el primer día en la pequeña ciudad escondida de Wyrfell. Lo que al principio me pareció una aldea, ahora entendía que era una ciudad rural. Contaba con supermercados, centros comerciales y todo tipo de tiendas, pero todo era hecho a base de madera. Era lujoso y rústico a la vez.
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Los sacrificios de la luna
WerewolfEleanna es una humana criada entre hombres lobos. ¿El problema? Está enamorada de un imbécil. ¿El mayor problema? Ese imbécil es su mejor amigo y el futuro alfa de la manada. Como si enamorarse no fuera lo suficientemente complicado, Eleanna desar...