Capítulo 34: Aliados.

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Nathan no me soltó. Me llevaba en su espalda, caminando a través del bosque con tanta facilidad que me resultó envidiable. Yo siempre que caminaba por aquí tenía que cuidar mis pasos o terminaría besando el boscoso suelo. Le había asegurado que ya me encontraba mejor y que era capaz de caminar por mi cuenta, pero él parecía feliz de tenerme sobre él. Escuchar su respiración me calmaba un poco, sentirlo cerca era todo lo que necesitaba para volver a mis cabales.

El asombro inicial había pasado y fue entonces cuando comprendí lo fácil que era caer en la oscuridad. Luxu había caído por avaricia y yo estuve a punto de caer por venganza. El odio que habitaba en mi corazón le tendió una invitación a la oscuridad y esta aceptó con gusto. Tuve la suerte de tener a mate cerca, de solo pensar en el terrible destino que estuvo a punto de volverse el mío, me ponía la piel de gallina.

Era cuestión de minutos. Un corazón de luz podía mancharse con tanta facilidad, casi pasando desapercibido.

Nathan sólo lo notó por ser mi mate. Él no podía ver la magia a mi alrededor, pero sí podía percibirla. Podía notar los cambios que ocurrían en mí. Si él no hubiese estado a mi lado, en estos momentos podría estar de lado de Luxu. Quizás incluso peor.

Temblé de solo pensarlo. Tendría que tener un especial cuidado a mis sentimientos de ahora en adelante, no dejarme llevar por el enojo y la rabia.

Nuestra conexión de mates era especial. Podía sentir lo que él sentía y viceversa. Por eso sabía que él estaba preocupado por mí. Mortificado por lo que estaba siendo testigo.

Iba a matar a Rosie y mi mano no titubeó.

Iba a matarla y no me arrepentiría en lo más mínimo. Él lo sintió, percibió el momento exacto en el que estuve a punto de arrebatarle la vida, motivada por la rabia y el odio. Incluso cuando Rosie era una integrante más de la manada, yo no pude detenerme, no pude pensar en un juicio justo.

Por esa razón, Nathan, como mi alfa, intervino. Yo podía ser la luna, tomar el control de la manada cuando quisiera, pero el líder seguía siendo Nate. Y solo Nate podría detenerme.

—Ya estoy bien, Nate —susurré, avergonzada.

—No voy a soltarte.

—¿Por qué no?

—Porque si lo hago, me volveré loco.

Podía entenderlo, sólo un poco.

Para él tampoco debió ser sencillo notar que algo cambiaba dentro de mí. Por supuesto que estaría preocupado, además de que había visto las consecuencias de lo que mis recuerdos le habían hecho a Rosie.

No me importaba si sufría por las consecuencias de sus actos. Las imágenes ya no estaban obligadas a mantenerse con magia dentro de su mente, pero algo me decía igual no saldrían de ahí.

La habíamos dejado en la casucha donde debía vivir. Su castigo por hacerme daño fue convertirse en una guardiana de la frontera, por lo que jamás debía abandonar su puesto. No iba a morir, no si ella no atentaba contra su propia vida. Ya sería su asunto.

Era una regla entre los hombres lobos. Si alguien atentaba contra su propia vida, era su decisión. No creíamos en la muerte como algo malo, sólo un cambio de vida. Y si alguien deseaba cambiar de vida. ¿Quiénes éramos nosotros para detenerlo?

Esa era la mentalidad de la mayoría y la regla no escrita.

Cada quien debía vivir como quisiera.

—Debemos apresurarnos...

—Tyler se está encargando. Los niños y los ancianos ya salieron de la manada.

—¿Hacia dónde van?

Los sacrificios de la lunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora