Capítulo 20: El conquistador.

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Siempre supe que tenía que proteger a Eleanna. Era algo que estaba dentro de mí desde la primera vez que la vi. Con una certeza que nadie supo explicar, el instinto de protegerla de todo y de todos fue tan natural para mí como respirar.

De hecho, las cosas eran más sencillas cuando creía que sólo era una humana. Cuando tenía la absurda certeza de que nunca tendría que enfrentarse a ningún peligro. Podía hacer que mi manada la respetara. Podía vigilar que nadie se acercara con intensiones de hacerle daño. Y aunque no siempre pude cuidarla como debía, nadie podía decir que no lo intenté con todas mis fuerzas.

Mi padre siempre fue un hombre muy estricto, pero un poco desinteresado. Nos dejaba ir a nuestro ritmo, sin embargo, siempre parecía estar sobre nosotros. ¿Hacer travesuras? Eso terminaba convirtiéndose en una misión imposible. Nos descubría en segundos, por más que Eleanna era excelente en cuánto a cubrir sus huellas se tratara. No había manera de despistar a nuestro alfa.

Tenía catorce años la primera vez que habló conmigo de hombre a hombre. Me había llamado a su despacho, siendo este un lugar poco conocido para mí. Entraba muy poco en ese lugar, pues no debía interrumpir al alfa. Esa fue la primera vez que entré sabiendo que algún día, sería mi lugar. Luego de aquella ocasión se convirtió en algo común pasar mis días ahí, junto a él, aprendiendo todo lo necesario para ser un buen líder.

—Nathan —había pronunciado con seriedad—. Hay algo sobre lo que tenemos que hablar.

—¿Pasa algo, señor? —balbuceé, intimidado.

Mi padre era aterrador, un alfa feroz y protector, capaz de destruir a cualquiera. Claro que tenía miedo. ¿Quién no lo tendría? No temblaba, aunque mis manos a veces me traicionaban. ¿Había hecho algo malo? No que yo recordara.

Esa autoridad que tenía solo conmigo era lo que más me aterraba. Con Eleanna parecía ser mucho más suave. Si ella cometía un error, solo le decía que no volviera a pasar. Conmigo, en cambio, era aterrador y se aseguraba de que entendiera bien dónde estaba fallando.

—Sí —afirmó con solemnidad—. Tienes a una niña humana en la manada. Un eslabón débil.

Me enfadé ante su comentario. Sí, quizás Eleanna no tuviera la misma fuerza o capacidades que nosotros, pero eso no significaba que fuera débil. Solo era diferente y eso no tenía nada de malo.

Las diferencias eran lo que nos hacía especiales. Si todos fuésemos iguales, nadie resaltaría. Nadie podría brillar. Incluso para enamorarse eran necesarias esas diferencias.

¿Amar a alguien igual a ti? Eso no tenía sentido. El amor se trata de buscar diferencias, para complementarnos. No para ser réplicas, no para salir ileso de un amor.

Nunca se podía salir ileso de un amor.

—Elle no es débil —refuté, enfadado.

Sí, mi padre me aterraba, pero no permitiría que hablara mal de mi mejor amiga. Era capaz de enfrentarme a cualquiera por ella. Incluyéndolo.

—Lo es —insistió—. ¿Qué harás si una manada enemiga nos ataca, Nathan? ¿Qué harás si la raptan?

—Estaré junto a ella siempre, no va a ocurrirle nada —negué, aunque la duda ya se había instalado en mi sistema.

—No puedes. Eres el futuro alfa de esta manada. Tu deber es cuidar la manada, no a una humana.

Sus palabras eran duras, pero por más que quisiera negarlo, sabía que él tenía razón. No podía protegerla siempre, mi prioridad no podría ser Eleanna. Mi responsabilidad con la manada siempre sería mayor a todo.

Los sacrificios de la lunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora