No podía abrir los ojos, no con el profundo dolor de cabeza que me atormentaba. Lo intenté algunas veces, por lo que sabía que estaba en mi habitación, en el ático de la mansión. Tenía las frazadas cubriéndome hasta la mandíbula, sin embargo, tiritaba del frío. Podía escuchar que la chimenea estaba encendida, el fuego crepitándose y el olor de la madera quemada eran inconfundibles.
Cuando logré sentirme un poco mejor, miré todo a mi alrededor, la habitación estaba en penumbra, solo el fuego iluminaba tenuemente. Por eso me sorprendí al notar que Nate se encontraba sentado en el pequeño sofá de mi habitación, totalmente dormido.
Intenté levantarme, pero el malestar que embargaba mi cuerpo era mucho más fuerte. Me sentía arder, de seguro tenía la temperatura alta, sentía la garganta seca y un dolor punzante en mi tobillo.
Me había enfermado por la lluvia, era obvio. Siempre fui de salud frágil, por esa razón el alfa me había prohibido muchas veces jugar con Nate y los demás cachorros de la manada. Ellos podrían estar durante días bajo la lluvia sin problemas, yo, en cambio, tenía la salud de un pequeño pollito. Solté un suave quejido, pero fue suficiente para despertar a Nathan y tenerlo a mi lado en un parpadeo.
—¿Cómo te sientes? —preguntó con preocupación.
—Como en la mierda —respondí con la voz ronca.
Él río un poco, parecía encontrarse de mejor humor, por lo que le sonreí en respuesta. Me tocó en la frente un par de veces, arrugando el gesto.
—Tienes algo de fiebre. ¿Quieres comer algo?
—No tengo apetito —gruñí.
—No me interesa —refutó—. Debes comer algo, Eleanna.
—Me siento mal, Nate —lloriqueé—. Consiénteme.
El gran y futuro alfa tenía una debilidad, una que jamás pudo resistir. Y esa era la mirada de perrito triste. Sabía bien cuando utilizarla, por lo que seguía siendo muy eficiente. Me acarició suavemente el cabello, con esa expresión de resignación al saber que había ganado esta batalla.
Torció la boca, parecía estar pensando en algo. Era tan atractivo y yo estaba hecha un asco.
En mi defensa, nadie se veía bien estando enfermo.
—Nada me gustaría más, pero debo cuidarte, Elle. Si comes algo, lo que sea saludable, prometo consentirte el resto del día.
—¡Hecho! —exclamé, verdaderamente contenta.
Podía hacer el sacrificio de comer algo, si eso significaba tenerlo cerca todo el día. Me gustaba pasar el tiempo con él, incluso como amigos. Nuestras tardes de videojuegos y películas eran mis favoritas. Gracias a que crecimos juntos, nuestros gustos solían encajar. Cosas como pelear por cual película poner eran totalmente ajenas a nosotros.
Complicidad, éramos tan cómplices en todos los aspectos de nuestra vida, que, de una forma u otra, terminamos por sincronizarnos, complementarnos.
—Odio la sopa —refunfuñé, luego de haberla terminado. Sabía que él iba a aprovecharse de mi desgracia.
A mi pesar, eso también formaba parte de nuestra amistad. ¿Qué clase de amigos no se fastidiaban el uno al otro de vez en cuando?
—Lo sé —admitió, sonriendo de forma burlona.
Se acostó junto a mí, como cada noche donde los silencios no eran incómodos, donde no necesitaba explicarle cosas que ya sabía. Nathan les temía a las tormentas, desde que su madre lo abandonó en medio de una. El alfa me lo contó una vez, solo porque notó que su hijo se refugiaba en mi habitación en cada noche de lluvia.
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Los sacrificios de la luna
WerewolfEleanna es una humana criada entre hombres lobos. ¿El problema? Está enamorada de un imbécil. ¿El mayor problema? Ese imbécil es su mejor amigo y el futuro alfa de la manada. Como si enamorarse no fuera lo suficientemente complicado, Eleanna desar...