Capítulo 10: El reencuentro.

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—¿Qué mierda estabas pensando? —me reclamó Nate, justo cuando todos, bastante confundidos, se retiraban del lugar.

Los lobos seguían lanzándome miradas de curiosidad. Por supuesto, no era sencillo procesar el hecho de que la humana que no debía estar en la manada en primer lugar ahora fuera la responsable de un acuerdo con los vampiros. Incluso a mí me costaba entenderlo.

¿Cómo esa mentira que inventé para salvarnos el pellejo terminó siendo una realidad? No lo comprendía.

—En salvarlos a todos —respondí, encogiéndome de hombros.

—No —rugió—. Te pusiste en peligro, de nuevo. ¿Acaso perdiste la cabeza? Descubriste que eres una loba y eso es genial, conejita, pero no eres inmortal.

—Jamás he pensado que lo fuera.

—Pues eso no es lo que demuestras.

Estaba tan serio como nunca en su vida. No me gustaba que me reprochara, sobre todo porque gracias a mí el conflicto se había resuelto sin bajas. Nadie había muerto gracias a mí y esperaba al menos un poco de reconocimiento, no gritos y reclamos.

—Hice lo que tenía que hacer —refuté, ayudando a una niña a levantarse. Se había caído con las mantas, que intentaba repartir entre los pocos heridos.

Nate tomó las mantas, ayudando a quien estuviera al alcance. No eran muchos heridos, por suerte, pero si había uno que otro.

Repartimos mantas y medicinas a cada uno de los heridos, quienes me veían como si fuera una desconocida para ellos. Nate no detuvo sus reclamos, pero llegó el punto en que dejé de escucharlos. Sin embargo, la manada me veía con ojos diferentes, sobre todo al ver la clara tensión entre el futuro alfa y yo.

En cierta forma lo entendía, había actuado como nunca antes, era comprensible que estuvieran sorprendidos, pero no para tanto. Había hecho lo que tenía que hacer.

¿O no?

—¡Eleanna! —gritó Margaret, acercándose a paso veloz.

—Maggie —la abracé con fuerza.

Teníamos mucho tiempo sin vernos, más de lo que estábamos acostumbradas. Maggie era la única viuda en toda la manada, puesto que los lobos suelen morir en pareja. Ella era la mujer lobo más fuerte del mundo. Su cabello empezaba a llenarse de canas, sus ojos, siempre amables, eran del color del bosque, verdes, cautivantes.

—Estaba tan preocupada por ti, mi niña —me tomó el rostro entre sus suaves manos, analizándome. Se comportaba como una madre conmigo, desde el primer día.

—Estoy bien, Maggie —sonreí, intentando relajar su semblante.

—Dile que es una loca insensata —ordenó Nate en modo de broma.

Al menos esperaba que fuera en modo de broma.

—Eres una loca insensata —le siguió el juego al futuro alfa de la manada.

Rodé los ojos, fastidiada. Nate estaba siendo demasiado protector, no necesitaba que dijera tantas cosas. Sabía cuidarme por mi cuenta. Había sobrevivido a una cacería de vampiros siendo solo una cría, esto no era nada en comparación.

Aunque no esperaba que los vampiros decidieran retirarse tan pronto como el supuesto acuerdo quedó establecido. Tenía la ligera sensación de que algo se me estaba escapando, pero entre los reproches de Nate y en la atención a los integrantes heridos, no tenía tiempo para analizar detenidamente lo que ocurrió.

Aún ni siquiera entendía cómo es que me pareció una buena idea saltar desde una ventana. Era una locura desde donde se viera.

¿Pero te moriste?

Los sacrificios de la lunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora