Hadas, sirenas, brujos, duendes, hombres lobos y vampiros.
¿Dónde diablos me había metido?
Aunque claro, para alguien que estuvo la mitad de su vida huyendo, seres mitológicos no eran tan aterradores. Conocía la suciedad, el hambre. La maldad y la bondad. Había visto a personas enamorarse, mientras que otras ya no toleraban estar juntos.
Manos cálidas, manos frías.
Personas que lo tenían todo, menos un buen corazón.
Personas que no tenían nada, pero tenían un cálido corazón brillante.
Los seres humanos éramos clasificables. ¿Entonces qué nos hacía pensar que no había mas que nosotros? ¿Por qué el ego no nos permitía ver todo el submundo que convivía con nosotros?
Yo no debía tener conocimiento de ello, pero aquí me encontraba, en medio de una manada de hombres lobos.
Ellos reían, aunque a veces, cuando me veían, me dedicaban malas miradas.
Celebraban el día de brujas, aunque Nathan ya me había explicado que no solo las brujas eran las festejadas. De hecho, ese nombre se lo dio algún humano para explicar su día de la luna.
Todas las criaturas del submundo eran hijos de la luna. Así que solo ese día estaba permitido ser libres, incluso frente a los humanos.
Un lobo podía disfrazarse y colarse entre niños para pedir dulces.
Una bruja podía mostrar sus poderes frente a cientos de humanos.
Un vampiro tenía permitido beber sangre humana, sin llegar a asesinar.
Y así miles de ejemplos de lo que significaba el día de brujas para los demás.
—¡Elle! —gritó Nate, apenas me vio.
Estábamos alrededor de una gran fogata, mientras algunos lobos bailaban y danzaban al ritmo de la música. Era una fiesta sencilla, pero sin duda había algo mágico en el ambiente.
Nate se había preocupado, pues sabía que aún no era bienvenida en la manada y le daba miedo dejarme sola. Quizás fuera una simple humana, pero sabía defenderme un poco. Había logrado sobrevivir por mi cuenta durante muchos años, debían darme algo de crédito.
—¿Qué estás haciendo aquí, niña tonta? —sujetó un mechón de mi cabello, dándole un pequeño jalón.
—Quería ver —susurré, embelesada.
—¿Qué cosa?
—¿Así es tener un hogar? —pregunté, sin responderle—. ¿Así se siente pertenecer a algún lugar?
Nate solo me miró, sin saber cómo responderme. Él no entendía, no sabía lo que para mí había significado estar sola durante tanto tiempo.
Aunque este no fuera mi hogar, me gustaba observar a los demás desde lejos, verlos interactuar. En una manada, todos eran familia. Al menos así se trataban. Si alguien necesitaba algo, sobraban manos para ayudar.
—¿Quieres bailar? —Sonrió, intentando alejar los malos pensamientos de mí.
—No sé hacerlo —confesé avergonzada.
—No necesitas saber —tomó mi mano, llevándome muy cerca de la fogata, donde los demás bailaban alegremente.
Al principio bailé con él de manera tímida, observando como los demás se movían. Luego de un rato, dejé de preocuparme por esas cosas. Nate solo tenía diez años, pero sonrió apenas notó que me divertía. Tomados de la mano, bailando al compás de la música.
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Los sacrificios de la luna
Hombres LoboEleanna es una humana criada entre hombres lobos. ¿El problema? Está enamorada de un imbécil. ¿El mayor problema? Ese imbécil es su mejor amigo y el futuro alfa de la manada. Como si enamorarse no fuera lo suficientemente complicado, Eleanna desar...