Había escuchado alguna vez, hace mucho tiempo, que ciertos brujos podían teletransportarse. Nunca creí que fuera cierto, pues decían que necesitaba ser muy fuerte para poder hacerlo. Decían que era casi imposible, que, desde la existencia, solo tres brujos habían logrado hacerlo. Uno de ellos incluso era parte de una leyenda.
Recordaba a mi abuelo, explicándonos con mucho amor y paciencia, todos los beneficios de la magia. También recordaba no estar demasiado interesada, pero Elliot se veía fascinado, por lo que soporté la lección de mala gana.
Sin embargo, Nicholas nos teletransportó sin dudarlo. Ni siquiera jadeó. No se veía sudado, ni pálido. De hecho, parecía muy indiferente. Como si fuera el acto más natural del mundo.
En un segundo estaba en el instituto. Luego solo podía notar la oscuridad a mi alrededor, la magia se sentía extraña, revoltosa. El estómago se me revolvió, con una sensación similar a la que causaban las montañas rusas.
Mis manos seguían aferrando su camisa con furia. Mi loba estaba al borde de la transformación, podía sentirlo. Mi furia era desmedida e incontrolable. Estaba justo en mi límite. Quizás no pudiera llegar más allá, pero en mi mente solo se encontraba la idea de destrozarlo.
Sabía que Elliot y Nathan estarían enloqueciendo en este momento. Deseé que Elliot se hiciera cargo de las memorias de todos los humanos que estaban por ahí, puesto que no quería más problemas de los que ya teníamos.
Me lamenté por ser tan impulsiva, pero no tenía tiempo para perder.
—¿Dónde está Carol? —gruñí hacia él.
—Deberías fijarte más en tu alrededor, Liliana —soltó burlón.
Di una pequeña mirada detrás de él, fue apenas un segundo, pero bastó para que el brujo utilizara su magia y me inmovilizara con cadenas en mis manos, manteniéndolas juntas, aprisionadas. El frío que me envolvió fue sorpresivo, intimidante. No logré evitar que me tomara, lastimándome en el proceso. La cadena era fuerte, irrompible. El agarre me elevó unos centímetros del suelo, provocando un fuerte dolor en mis hombros y brazos. Grité por lo brusco del movimiento sin poder contenerme.
El dolor nubló mi visión por un segundo. Lo escuché moverse, mi cuerpo alerta y atento ante cualquier ataque.
Cuando levanté la mirada, lo primero que vi fue la mirada aterrada de Carol sobre mí. Sus ojos casi se salían de sus cuencas y parecía estar gritando. No podía escucharla, supuse que la había embrujado para que no hablara. Las lágrimas corrían por sus mejillas. Todo en ella se veía mal, desde un golpe cerca de su ojo hasta sus brazos llenos de moretones. Se encontraba igual de amarrada que yo, solo que ella debía tener mucho más tiempo en la posición. Sangre seca se veía por todo su cuerpo y no pude evitar pensar en la tortura que debía ser para ella.
Si mi cuerpo apenas aguantaba y tenía más resistencia que un humano, no sabía cómo Carol soportaba el dolor. Deseé, por primera vez, saber utilizar la magia a mi alrededor para aliviarla, para hacerle saber que estaba aquí, con ella.
Mi sangre hirvió en mis venas. Definitivamente estaba enfadada. Y esto no iba a quedarse así, bajo ninguna circunstancia.
—¡Carol! —grité desesperadamente.
—Calla, Liliana —ordenó, colocándose delante de mí.
Su cabello blanco hacía contraste con la oscuridad sobre nosotros. El lugar era aterrador, podía escuchar las ratas moverse por doquier, en busca de comida. No podía ver la luz del sol desde donde me encontraba, por lo que deduje que sería una especie de sótano. Un bombillo a lo lejos apenas iluminaba las siluetas de lo que lo nos rodeaba, pero deduje que se trataban de cajas.
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Los sacrificios de la luna
WerewolfEleanna es una humana criada entre hombres lobos. ¿El problema? Está enamorada de un imbécil. ¿El mayor problema? Ese imbécil es su mejor amigo y el futuro alfa de la manada. Como si enamorarse no fuera lo suficientemente complicado, Eleanna desar...