- 21. La sombra de un secuestro -

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4 días antes de la Colisión.

A L E X A N D E R

Alexander despertó con un fuerte dolor en su nuca, a eso debía añadir que aún se encontraba aturdido. Intentó llevar una mano hasta la zona adolorida, pero le fue imposible levantarla, intentó mover la otra, pero pasaba lo mismo. Alexander notó, con angustia, que sus extremidades estaban atadas por cuerdas con un enorme y preocupante nudo.

Levantó la vista tratando de encontrar el lugar del cual provenía la luz, sabía que se trataba de una puerta, intentaba aprovechar la poca luz con la esperanza de encontrar una salida rápida. Aunque no serviría de nada debido a las claras circunstancias.

Comenzó a balancear la silla, pero era claro que no se movería de su sitio, parecía estar clavada al suelo.

El ruido que causó alertó a la persona del otro lado de la puerta que se abrió casi inmediatamente.

Alexander cerró los ojos debido a la luz dura que entró, tenía la esperanza de que la luz mostrará en que momento del día se encontraban o si había una ventana cerca, pero era claro que se trataba de una luz artificial, algún foco colgado por el pasillo.

Alexander se quedó helado al ver a la persona frente a él, su labio estaba roto, luego vio sus manos, sus nudillos estaban morados y alrededor de ellos habían manchas de sangre seca, sangre que obviamente no era de él.

Alexander vio el asomo de una sonrisa, antes de que la persona cerrara la puerta. Se escuchó el ruido de alguien buscando a tientas, encontró lo que buscaba ya que la luz se encendió alumbrando la habitación.

Alexander esperaba que sus ojos lo estuvieran engañando o que esto se tratase de otra de sus pesadillas, pero al parecer estaba siendo muy codicioso. Lo supo al ver sus ojos, ojos que reconocería sea donde sea, le pertenecían a una de las personas que más había querido.

Sebastian Verlac se encontraba frente a él con una petulante sonrisa.

Alexander gruñó en respuesta. La sonrisa de Sebastian titubeó por unos momentos para luego hacerse más grande.

—Oh, vamos, Alec, uno pensaría que estarías feliz de ver a tu mejor amigo.

Dijo las últimas palabras como si se tratase del peor de los insultos.

—Sebastian, ¿qué haces? Suéltame—intentó que su voz no lo traicionará, pero realmente estaba entrando en pánico.

—No puedo soltarte, Alec. No lo entiendes ahora, pero lo harás.

—Dime lo que quieres, Sebastian, te lo daré, dinero, lo que sea, pero déjame ir.

Sebastian pareció considerarlo un poco.

—No, no puedes darme lo que quiero. Al menos no aún. Todavía no estás listo.

—¿No estoy listo?

—No de la manera en la que quiero que lo estés. Aún hay mucho por hacer.

Su vista se encontraba enfocada en algo al extremo contrario de la habitación, Alexander siguió su vista para encontrarse con dos cosas que le quitaron el aliento.

Una, era una larga mesa con diferentes utensilios sobre ella, algunos estaban totalmente limpios y casi podría decir esterilizados, pero había un par con manchas de sangre, todavía fresca.

Lo segundo, y lo más duro de ver, era la silla de metal a unos centímetros de la mesa, una silla ocupada por un desmayado Magnus. Alexander podía ver sangre gotear de alguna parte de la cabeza de Magnus. Además, de otras zonas que Alec prefirió no seguir viendo. Apartó la vista implorando de nuevo porque alguien lo despertará y le ofreciera una taza de té y le dijera que todo estaría bien. Pero lo único que escuchó fue la ronca sonrisa de Sebastian.

Every Breath You Take (Malec)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora