Sieben.

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—¡Precisamente por eso, hermano! ¿Qué tienes? Desde ayer que regresaste de con el Führer estás así de raro.— ya enojado se veía al hermano menor reclamar al mayor, ya que este se negaba a decir lo que decía una y otra vez.

—Que no es nada Al, solo me platicó como se sentía y ese tipo de cosas respecto al trabajo, sólo eso.— aseguró con confianza, pero eso no fue suficiente para calmar la inquietud del hermano menor, que por ahora optó por no insistir más, ya más tarde le diría.

El transcurso de regreso a central fue calmado, desde su ascenso, le fueron asignados guardias y todas esas cosas de protección y transporte para ambos. Aunque el primer día fue demasiado extraño, poco a poco se acostumbran a eso.

El automóvil en donde iban ambos hermanos se detuvo frente la oficina principal de Central, un militar conducía y otro era copiloto, ambos salieron y uno abrió la puerta, ambos al mismo tiempo llevaron su mano firmemente hasta su frente mientras bajaban y caminaban hacia donde les habían llamado.

—Hermano... Todos te tienen respeto.— sorprendido y emocionado Al hablaba detrás de Ed, quien tenía una cara seria, más bien neutra.

—Un respeto absurdo, no lo necesito. Al menos no de esa manera.— tajó Ed con un tono de voz suave. —Al final sólo es un código militar y lo hacen por obligación, ni siquiera me siento superior. A pesar de serlo.— incluyó de la misma manera mientras entraba a su propia oficina que estaba casi vacía, no tenía más que un escritorio y una silla ya que no le daba uso. —Al... ¿Me esperas aquí? Tengo que ir a resolver asuntos con el Führer.— propuso con una sonrisa mientras Al solamente asentía, Ed salió nuevamente caminando pensativo por el pasillo que le conducía a la oficina del Führer. No era mucho trayecto, más sin embargo caminaba despacio para perder el tiempo.

No sabía esta vez con que excusa ir a hablar con el, no le habían mandado a llamar, no, nada.

—Señor.— un soldado cualquiera se colocó frente al rubio elevando su mano derecha hasta su frente. —El Führer le solicita de inmediato en su oficina.— ¡Genial! Ya tenía su excusa para acudir.

—Si, gracias. Descanse.— señaló con una mano que dejara de saludar a lo cual el soldado obedeció y continuó su camino. Un escalofrío recorrió su cuerpo.

—¡Uy! Me oí raro...— se rió de si mismo mientras con una mejor actitud caminaba hasta la oficina principal, pasando sin pedir permiso como era su costumbre desde siempre, no solamente eso. Ya tenía el permiso.

Se quedó parado y helado al ver como Roy lo miraba con mala cara, la peor que quizá le pudo haber dado al rubio. Ed nervioso dió unos pasos hacia enfrente.

—¿Me llamó?— dijo en un murmullo y Roy azotó ambas manos en el escritorio de madera que causó un gran estruendo, tanto que los soldados de afuera entraron alarmados.

—Salgan de aquí, excepto tú. Acero.— exigió con voz fría y firme. Ambos soldados se disculparon y salieron. Roy aún miraba de la misma manera a Ed, sin entender nada.

—¿Puedes explicarme qué demonios significa esto? ¿¡Por qué!?— Roy se levantó de su asiento y le lanzó algo que parecía un pequeño trozo de papel, Ed lo atrapó, pero no era un trozo de papel si no más bien una fotografía: Parecía ser el Con un soldado de cabello café aparentemente besándose. De inmediato Ed arrugó la foto.

—¡Ese no soy yo!— alegó al con enojo ¿A caso parase ser ese tipo de hombres? —Te lo puedo asegurar.— Roy lo miró cada vez más enojado, se apartó del escritorio yendo directo a donde estaba parado Ed.

—¿Entonces, qué?— Roy dió un chasquidos con su mano izquierda y de inmediato la fotografía se incineró en la mano de Ed, afortunadamente era el Automail y no su mano. —¿Quién es? ¿A caso no tomaste en cuenta ni un poco lo que te confesé ayer?— suspiró buscando calma, se peinó su negro cabello logrando calmarse poco a poco.

—Pero... Yo no hice eso... Ni siquiera he besado a nadie.— enojado le dió un empujón a Roy que ya estaba demasiado cerca de el.

—Claramente eres tú, no hay nadie que tenga la misma altura, el mismo cabello y se vista igual que tú, ¡Nadie!— bastante celoso y enojado lo tomó de los hombros mirándolo fijamente y habló mucho más calmado, casi triste. —¿Ed? Sólo... ¿Quién era? ¿Fué a la fuerza? Lo comprenderé, solo dímelo.— de una manera comprensiva e incluso cariñosa acarició su mejilla lentamente, pero Ed le dió un manotazo para que lo soltara, ya que desde el principio había dudado.

—Ya te lo dije, no soy yo. Yo nunca he besado a nadie, mucho menos a un hombre.— molesto el jovencito se movió bruscamente deshaciéndose del agarre del mayor. Ambos se miraban pero no decían nada, cada quien con sus motivos.

—Está bien... Pero... ¿Quién hizo esto entonces? Parecías ser tú.— comentó Roy volviendo a acercarse al menor con una pequeña sonrisa y mucho más calmado. —Me alegra que no hayas besado a nadie.— incluyó con una gran sonrisa altiva, en un rápido y certero movimiento tomó al rubio de la cintura y firmemente lo pegó a su cuerpo.

Ro-...— Ed le tomó de los brazos con impresión. Estaban demasiado cerca. Roy envolvió al rubio con su otro brazo para mantenerlo atado, finalmente estampó sus labios con los del niño, que aún no caía en cuentas de lo que pasaba, miró al azabache, tenía los ojos cerrados. No correspondió pero tampoco impidió el beso. Roy al notar aquello se separó pero no lo dejó de abrazar. Ed parecía confundido. Y con justa razón. —No Roy, esto está mal. No y no.— se separó de inmediato como pudo y lo miró mal.

—¿Por qué está mal?...—

Ambos se quedaron callados y sin mirarse.

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Sin nada que decir esta vez. c:
Gracias por leer.

El esposo del Führer.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora