Zweiundzwanzig.

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Después de haber pasado un par de días en el pueblo donde el rubio nació, la pareja partió nuevamente a ciudad central, dejando por su propia petición al hermano menor. 

Edward se mantenía callado mirando por la ventanilla sin poner mucha atención a los hermosos paisajes que le brindaba cada parte por la que cruzaban las vías del tren, Roy no pasó por alto su actitud y ahora, con más confianza se atrevió a preguntar.

—¿En qué piensas?— Y el muchacho volteó a verlo de reojo respondiendo con una sonrisa pequeña.

—Cosas. respondió vagamente dejando en claro que no quería hablar sobre el tema, el hombre pareció entenderlo y se mantuvo en silencio un rato más, pero la curiosidad le invadía. Y quería saber las "cosas" que mantenían al chico van callado y pensativo.

Contrario a lo que imaginó, Edward no cambió mucho, no le abrazaba como imaginó, tan solo se quedaba callado en el asiento, dando suaves suspiros de aparente cansancio.

—Te esforzaste mucho.— Comentó el adulto sentándose al lado del rubio, y antes de que pudiera reaccionar y alejarlo. Le rodeó con ambos brazos dando un corto beso en la cabeza del adolescente. —Estoy orgulloso de ti.— Edward se sonrojó de inmediato, no había escuchado esas palabras desde hace mucho, cuánto las necesitaba.

El rubio inclinó su cabeza hacia un lado, dejándola recargada cerca del pecho de Mustang, era buen momento para mencionar todos sus pensamientos referentes a el, pero no lo hizo. Quiso seguir sumergido en la protección que le brindaban esos brazos. Alzó la cabeza apenas lo suficiente para robar un beso del más alto; que desde que le vió hace un par de días, tenía ganas de dárselo.

El adulto lo recibió gustoso y con una gran sonrisa de satisfacción, al notar las reacciones tiernas que aún podía lograr en el chico.

Pronto los ojos de Ed comenzaron a cerrarse con cansancio, acostumbraba dormir mucho, y en esos días no había podido tomar sus siestas debido a la visita del mayor. Se dejó llevar por las tiernas caricias que recibía en el cabello y se quedó dormido, con una sonrisa dulce en los labios que causan un sentimiento enorme de satisfacción en el general.

Mientras el muchacho no estaba despierto, Roy pensaba como daría a conocer la relación que mantenía con el rubio, teniendo en cuenta que en algún momento lo debía de hacer.

Abrió sus ojos dorados justo cuando el mayor apenas lo cubría con las sábanas, en la habitación con una iluminación tenue.

—¿Dónde...?— el rubio no terminó de hablar.

—En mi casa, pensé en despertarte en el tren, pero te notabas tan cómodo y felizmente durmiendo que preferí traerte hasta aquí para que siguieras descansado.— explicó con una pequeña sonrisa. En vista que el menor había despertado, se sentó con confianza en el borde de la cama mientras hacía una serie de estiramientos en los brazos. Parecía cansado.

—Ah...— se sentó con lentitud, aún seguía adormilado. —¿Estás bien?— con genuina preocupación el muchacho de desplazó por la cama hasta estar al lado del mayor.

—Lo estoy, tan solo pensaba en algunas cosas que podríamos hacer, ahora que estás libre.— sugirió con una sonrisa. Y sin dudarlo rodeó a Edward por la cintura con un brazo. Ed sonrió ante tan posesivo contacto que desvío la mirada que mantenía fija en el rostro neutro del adulto.

El esposo del Führer.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora