CAPÍTULO
X
22 de septiembre de 1983
J U E V E S
Fui el primero en llegar, así que decidí tocar el timbre como Juicy me lo había indicado. No estaba seguro si estarían en casa, pero como Orson me dijo que iría a las cinco de la tarde, entonces a esa hora me presenté. La llave salió volando por la ventana del centro a lo alto del granero. Corrí, di un salto logrando golpear mi rostro con mis enormes audífonos y solté un quejido sobando mi mejilla en lo que caminaba a la puerta para poder entrar.
Introduje la llave, y me asomé dándome cuenta de que todo estaba realmente apagado. Si un fantasma fue el que lanzó la llave, ni siquiera me volvería a molestar en regresar, incluso si el chico que me gustaba fuera a ahí todos los días. La escalera cayó detrás de mí y, asustado, retrocedí un paso pegándome a la gran puerta.
Levanté la mirada y, teniendo cuidado, subí por ella hasta llegar al segundo piso, deteniéndome al encontrarme con la última persona con quien pensé que me encontraría. Mao, como solían llamarle sus amigos, me miró esperando a que terminara de subir, y al retroceder levemente fue hacia mí, extendiéndome la mano.
Apreté mis labios, un tanto avergonzado y, con su ayuda, terminé de subir al segundo piso. Pasó de largo de mí, y recogió la escalera de nuevo, para que nadie desconocido subiera solo porque sí.
Le miré sin saber qué decir. No tenía conversación con ese chico, no le conocía de nada, y el único tema que podría discutir con él, su padre, era la peor idea para comenzar, al menos, una relación de amistad. Tomé aire, esperando que algo rápido viniera a mi mente, pero tan pronto terminó de subir las pesadas cuerdas, me ignoró en su camino, se lanzó contra un sillón y tomó un libro enorme para, seguramente, continuar leyendo.
Suspiré, mirando a todos lados esperando a que algo viniera a mi cabeza. Detestaba horriblemente los silencios incómodos, y aunque siempre sabía cómo manejarlos, esta vez parecía imposible. Maldito Orson y su estúpida regla de nunca llegar temprano. Miré la mesa, pero no me animé a caminar hacia ella, de hecho, solo terminé recargándome en la pared detrás de mí y a mirar a lo largo de la pequeña ventana del granero. El cielo convirtiéndose en un ocaso era lo único que había.
—Todd acompañó a su madre en un mandado. —Dijo el otro chico sobresaltándome. Sus ojos no se movieron del libro, pero su posición era diferente. No contesté, así que continuó. —Juicy seguramente llegará en cualquier segundo.
Mao no levantó su rostro de su libro. —Ya veo. —Fue lo único que dije. Increíblemente, ahora tampoco sabía contestar cuando se trataba de él. Simplemente no podía decir nada coherente, y estaba seguro de que había sonado como todo un antipático. Gran comienzo, Karl.
—¿Y tus amigos? —No me giré hacia él, en cambio, caminé hacia el librero y comencé a leer los títulos. Ninguno de ellos me sonaba, pero tomé uno de Edgar Allan Poe porque era el único autor que "conocía".
—Deben de estar por llegar. —Contesté fingiendo pocos ánimos. Quería golpearme por dar semejante aspecto de retrasado. —Orson y yo... Hablamos antes de venir, así que algo debe de haberse cruzado en su camino. —Mao no dijo nada, pero aun así era el único que al menos había roto el silencio incómodo. —Charlie dijo que iría con su padre a la ferretería y luego vendría para acá".
—Ya veo. —Contestó como si estuviera vengándose de mi primera respuesta. Suspiré y me giré para verle de nuevo, pero ya no estaba en el sillón. Ahora estaba en la mesa buscando un libro entre los que ya la ocupaban. Me sorprendió lo silencioso que fue al caminar, y sonreí un poco impresionado.
Caminé en dirección a él, pero como la vida me odia, se dispuso a colocar una torre de libros invisible para mis ojos en mi camino, haciéndome tropezar. Pude ver su rostro, con el moretón casi invisible, boquiabierto por todo el desastre que estaba armando. No solo porque caí y solté la obra de Poe en el aire, sino porque también tiré otra pila de libros al caer.
Quería morir. Sentía mis mejillas encendidas de lo avergonzado que estaba, quería que el suelo me tragara para caer en el primer piso, y luego que la tierra me absorbiera y me llevara dulcemente al núcleo del planeta para ser quemado dulcemente con su lava ardiente. Una muerte digna de un idiota.
Escuché sus pasos hasta donde yo estaba y traté de cubrir mi rostro contra el suelo y los libros, pero en vez de escuchar un insulto por arruinar miles de páginas con historias que valían la pena leer, no como mi vida si ésta fuera escrita en un diario, escuché sus carcajadas.
Levanté la cabeza ligeramente avergonzado, él no paraba de reír, pero extendía su mano hacia mí. Su moretón, que según yo aún era un poco visible, en realidad apenas y tenía color. Estaba sanando, una ligera presión salió de mi pecho en forma de un suspiro. Me apoyé en el suelo, y al tomar su mano, pude levantarme.
La primera vez que tomé su mano para subir las escaleras, no había prestado atención. Esta vez sí. Estaba tocándolo. Avergonzado, de nuevo, casi caigo otra vez. Y él se adelantó para sostenerme bien del brazo y evitar otra caída estúpida.
Me miró con una sonrisa más cálida de lo que había visto en mi vida. Ni siquiera mi antigua pareja, una chica que salió conmigo por una apuesta, tenía una sonrisa así, por más bonita que fuera. El rubor en sus mejillas causadas por la risa, sus ojos casi cerrados por la sonrisa, y las pequeñas cejas que pude ver detrás de su flequillo me robaron el alma. Su cabello más oscuro que el mío y la pálida piel no lograban darle un aspecto de muerto como normalmente lo daban los góticos como él.
Mao tenía una apariencia cálida, una que quería tener conmigo. Aunque la idea era estúpida; ya que no le conocía de absolutamente nada.
—Lo siento... —Me disculpé. Bajé mi mirada y comencé a sacudir mi camisa azul a cuadros. Estaba completamente empolvado, aún podía escuchar pequeñas carcajadas que él no quería dejar salir.
—Perdóname a mí. —Dijo él con su profunda voz adictiva. Le miré con mi cabeza inclinada. —No pude evitar reírme; ¿estás bien?
Antes de que respondiera el timbre fue tocado exactamente las veces que Juicy nos explicó que lo hiciéramos. Mao comenzó a buscar la llave en sus bolsillos, y luego en la mesa; y recordé que nunca se la había devuelto. Rebusqué en mi bolsillo del pantalón y la tomé en mi mano para entregársela.
Me dedicó una sonrisa, y la tomó, dejándome sentir el último toque de sus dedos en mi piel. Cuando él se giró y lanzó la llave como si fuera una pelota de béisbol, me sentí como un idiota.
—¡No te pases, maldita sea! —Escuché la voz de Todd y pasos acelerados.
Mao trató de asomarse por la pequeña ventana para ver a Todd, y comenzó a reír ligeramente. Me odiaba.
¿Cómo podía gustarme alguien a quien apenas conocía?
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El chico de los ojos violetas
Ficção AdolescenteKarl desconoce la identidad del chico que siempre ha llamado su atención. Sólo tiene dos ideas sobre él. Uno, que su apellido es Pinefield, y dos, que es hijo del hombre con la peor fama en toda la cuadra. Pero él no está dispuesto a quedarse sin co...