II. 10 de septiembre de 1983.

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CAPÍTULO
II
10 de septiembre de 1983

El próximo estreno de Scarface estaba cerca y Juicy, uno de mis mejores amigos, no paraba de hablar de ello mezclando entre frases palabras japonesas en un inútil intento de impresionarme, puesto que desde hacía meses atrás, el menor, se había impuesto la meta de hablar mi segundo idioma, el cual había adoptado de mi madre, Ichiko, una mujer que, si bien era proveniente de Japón, había pasado la mayor parte de su vida en Inglaterra junto a mi padre de origen británico, Tougou.

A su lado, y con un aire desinteresado, Todd, mi otro mejor amigo, le ignoraba, aunque de vez en cuando echándole un vistazo de reojo mientras que comía uno de los purés de papa más insípidos del mundo. Puede que cualquiera fuera del grupo pensara que tanto Todd como yo éramos malos amigos por no lucir interesados en Juicy, pero es que el pecoso podía hablar de películas, series y béisbol, su deporte favorito, todos los días a todas horas.

Juicy era todo un chico que podía denominarse como enigma puesto que, incluso si lucía como un chico abierto y de emociones desbordantes, ya que su energía parecía nunca agotarse, en realidad era un ser complicado al que nunca podrías leerle los pensamientos. Juicy era alguien que sobre pensaba las cosas y que, usualmente, te preguntaba hasta el más mínimo detalle de lo que le contaras haciéndole ver como un chismoso, aunque eso se debía a su enorme curiosidad; a pesar de ello, el castaño era confiable y se llevaría tus secretos a la tumba incluso si su vida dependiera de ello.

Cansado de escuchar sobre Tony Montana, retiré mis ojos del menor y clavé mi tenedor en el pollo que descansaba solitario en mi plato. La comida de la escuela no siempre era mala, pero en definitiva esta lo era, sin embargo, eso era mejor que llegar a casa y abrir el refrigerador de la cocina y no encontrar nada con lo que llenar mi estómago más que cervezas. Aunque de todas maneras, estaba acostumbrado a comer poco, cosa que Todd detestaba.

No era un secreto que papá consumía drogas y estas provocaban que él perdiera el apetito. Obviamente, veía innecesario comprar comida porque aludía a que nosotros, mamá y yo, no teníamos hambre. Sin embargo, cuando llegaba a sentir un vacío en su estómago, llegaba con una cubeta de KFC a la casa y una Coca Cola de tres litros o con otro tipo de comida rápida. No es que no comprara cosas del supermercado, pero no era tan común como me gustaría. Sin embargo, el que nunca pasaba hambre en casa era Piedra, el rottweiler que papá tenía siempre amarrado a una pequeña casucha para perro con pintura desgastada y que soltaba cuando salía a trabajar.

Me sobresalté cuando vi movimiento en mi plato sin haberme dado cuenta que me había quedado viéndolo embobado y noté que Todd estaba dejando pedazos de pollo para que comiera un poco más, aunque terminaría ignorándolos más por su mal sabor que por las pocas ganas de comer que tenía y, cuando las bandejas de ambos se movieron con fuerza por culpa del pie que Juicy subió a la mesa, levanté la vista justo cuando el menor comenzó a fingir que disparaba con una metralleta.

—¡Estoy seguro de que será una película increíble, ¿no? —Preguntó en mi dirección, abrí mi boca sin saber qué decir, limitándome a encogerme de hombros y a asentir con la cabeza. No era nuevo que mi mente siempre estuviera en otro sitio vagando sin rumbo o pensando en el vacío ya que, si me ponía a sobre pensar las cosas, solo conllevaría a mi autodestrucción.  —¿Escuchaste algo de lo que te dije? —Preguntó, pero no supe qué responder.

—Lo siento… —Dije sin más y me giré hacia Todd esperando que pudiera apoyarme para darle una respuesta más sensata a Juicy, pero fingía no poder clavar el sorbete en la cajita de jugo. —Estaba… es solo que creo que olvidé comprar la comida de Piedra. —Mentí.

—¿¡Eh!? —Gritó Juicy bajándose de la mesa con un gesto desilusionado y se sentó correctamente. Todd esta vez, con su típica sonrisa parecida a la de un conejito, nos miró curioso por nuestra conversación. —Nunca me imaginé que ese perro sería más importante que tu mejor amigo. —Dijo Juicy y no pude evitar reír un poco; al bajar la mirada, corté un pedazo de pollo y lo metí dentro de mi boca pero hice un gesto adolorido. Aún dolía, y mucho, pero traté de disimularlo.

—Hm, creí que Todd era mi mejor amigo. —Bromeé solo para desviar la atención y puse mi mano debajo de mi boca para escupir el pollo masticado y ponerlo en una servilleta.

—¿¡Eh!? —Gritó Juicy horrorizado.

—Lo soy. —Dijo Todd con orgullo y le guiñó un ojo a Juicy solo para provocarlo. —Soy el mejor amigo de todo el mundo. Y tú, mastica debidamente tu comida y trágala. —Continuó apuntando en mi dirección. —Pareces Jean Shrimpton.

—Lo siento, ¿sí? —Me disculpé empujado la bandeja al centro de la mesa. —Esta mierda sabe horrible.

—Tampoco voy a negártelo… —Respondió el menor tirando el tenedor a la mesa.

—Sabe a algo que cocinaría Jyushiko. —Dije refiriéndome a la hermana de Juicy.

—¡Ustedes dos dejen de ignorarme! —Gritó el pecoso que parecía entrar a un colapso nervioso y, tomando la cajita de jugo de guayaba, sorbió completamente todo el líquido de un jalón. Puso la caja aplastada sobre la mesa como si se tratara de una jarra de cerveza, y me apuntó directamente hacia mi rostro obligándome a enfocar los ojos en su dedo. —¡Somos los tres! ¡No me dejen fuera! —Gritó entre lloriqueos típicos de un niño pequeño. No quería reírme, pero era inevitable y, al parecer, Todd pensaba lo mismo, porque ambos comenzamos a agitarnos un poco por aguantar nuestras risas. —¡No se rían de mí! ¡No lo hagan! ¡Somos mejores amigos los tres! —Gritó mirándonos desesperado. —¡Los tres! —Repitió.

En cuanto él soltó las lágrimas como una damisela en apuros e hizo el puchero de su vida, Todd y yo comenzamos a carcajearnos sin poder detenernos. Oculté mi sonrisa con mi mano, un hábito de toda mi vida, cosa que, según mamá, papá hacía cuando era joven y, recargándome en la mesa, mordí mi labio sintiéndome un poco avergonzado de nuestra situación tan escandalosa.

Todd no podía parar de reír solo provocando más quejas de Juicy, mientras que yo me giré, creyendo que seguramente todo el mundo estaba viéndonos por culpa del cinéfilo que siempre llamaba la atención justo cuando tomó a Todd del brazo y le agitó de un lado a otro, sin embargo, sólo una persona tenía clavada su mirada en nosotros. Y no precisamente en Juicy, sino en mí.

El chico de los ojos violetasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora