XXXIV. 11 de noviembre de 1983

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no lloren, ok?

—Heron.

CAPÍTULO

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CAPÍTULO

XXXIV

11 de noviembre de 1983

John Roid puede lamerme el culo.

—XX.

—Pinefield. —Me llamó el profesor de filosofía y levanté la mirada del cuaderno esperando a que me preguntara lo que fuera. —¿Cómo se le llama al método de enseñanza de Sócrates?

—Mayéutica. —Respondí y bajé la mirada para seguir escribiendo sin mucho interés en mi cuaderno.

—¿Y cómo era ese método? —Preguntó. Como no respondí durante unos largos segundos, volvió a llamarme. —Pinefield. —Levanté la cabeza de nuevo y dejé el lápiz en el escritorio.

—No lo sé. —Dije cruzándome de brazos.

—Sí lo sabe, usted siempre saca la nota aprobatoria. —Me contradijo y se apoyó en su escritorio. El profesor, de edad no tan avanzada y gafas redondas, me miró con una sonrisa porque sabía que le divertía hacerme hablar. Según él, mi voz era parecido a un misterio que era imposible de resolver. La verdad era que no entendía su comparación porque mi voz no tenía nada de especial.

—Ah... —Intenté pensar un poco en la respuesta. —Sócrates, en teoría, trataba de que en sus discípulos surgieran las ideas que había en ellos para analizarlas y ver si valían la pena. —El profesor se quedó callado y giró su cabeza hacia otra dirección.

—Williams.

—¡No lo sé, profesor! —Gritó un chico haciéndose el chistoso haciendo un tono de voz burlón. Bajé de nuevo la cabeza y sentí que tocaron mi espalda, así que me giré para encontrarme con Todd.

—¡Sí que sabes! —Le contestó el profesor. —¿Sócrates se declaró entusiasta seguidor de quién?

—¿¡Watchmen!? —El salón estalló a carcajadas.

—Pásame las preguntas de la página cincuenta y tres. —Me pidió Todd en un susurro y tomé mi libro para prestárselo. No agradeció, pero me daba igual, Todd me ayudaba con muchas cosas como para pedirle un gracias.

—¡Pinefield! —Me giré con mala cara para ver al maestro que sonreía.

—¿Qué? —Pregunté con mala gana.

—Dile a Williams la respuesta correcta. —Me pidió. Entoné los ojos porque me fastidiaba que fuera tan insistente.

—Anaxágoras. —Respondí y me recosté en el asiento.

El chico de los ojos violetasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora