XI. 26 de septiembre de 1983.

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CAPÍTULO

XI

26 de septiembre de 1983

9:15 a.m.

Miré el reloj despertador de mi cómoda. Ni siquiera me molesté en levantarme temprano para ir a la escuela. No tenía ganas, no podía levantarme de la cama, y la fiebre me aferraba a las sábanas blancas. Mi lenta respiración provocaba un ligero dolor en mi pecho, pero lo peor era la incomodidad de no poder dormir tranquilamente.

La tos que se apoderó de mi garganta apuntaba lo delicado que me encontraba; me di vuelta en la cama para poder acomodarme mejor entre mis propios brazos y me abracé para tranquilizar un poco el temblor de mi cuerpo, aunque, obviamente, era imposible. Sabía que no ir a la escuela un día enloquecía a Juicy. Sus nervios y su preocupación se elevaban hasta el tope cuando no me veía por los pasillos, y lo más seguro era que en la tarde estuviera tocando la puerta de mi casa, o llamando por teléfono.

La puerta de mi habitación se abrió lentamente, así que giré mi rostro notando lo vacía que estaba mi habitación compuesta por mi cama, un armario en el que había una cantidad pequeña de ropa, la mayoría obsequiada por Todd y su familia, un ventilador en el techo y la misma puerta por la que se asomaba mi madre.

Encorvada por culpa de la sumisión que mi padre puso en ella, con una mirada cansada de todo, y con grandes ojeras causadas por la falta de sueño, mi madre seguía luciendo bella al lado de cualquier mujer. Su figura con curvas y su cabello largo y negro le hacían ver que en su juventud seguramente fue de las mujeres más bonitas de la escuela, pero ninguna envidiaría la vida que ahora llevaba. Ella incluso agachaba su cabeza delante de mí, cosa que rompía mi corazón cada vez que le veía. Era algo que, incluso yo, nunca podría corregir.

Me sonrió como siempre, con cariño maternal y se acercó lentamente hasta mi cama, arrodillándose al lado de ella y llevando su mano hacia mi cabello. Los moretones en su rostro combinaban con sus ojos violetas como los míos, ojos que adoraba ver. Su brazo tenía raspones, y pequeñas marcas circulares, consecuencia de las quemaduras de cigarrillo. Y, a pesar de todo ello, sonreía con la calma que siempre tenía cuando estaba a mi lado.

—He llamado a tu escuela para decir que estabas enfermo. —Me dijo y siguió acariciando mi cabello como si se tratara de un gato. Asentí sin responderle ya que mi garganta dolía. —Así que no te preocupes. —No me preocupaba.

Ir a la escuela es solo una excusa para salir de casa; una que aprovechaba papá para golpear a mamá con todas sus fuerzas sin mi intervención; y también era algo que aprovechaba yo para no pensar en él; para alejarme del mundo en el que fui obligado a vivir, y para no poder escuchar los gritos de agonía que mamá soltaba por no haber hecho nada.

—¿Y papá? —Pregunté.

—Ha salido a trabajar, así que estamos solos. —Respondió.

—Entonces has lo que quieras. —Me atreví a decirle. Comúnmente mamá no podía hacer nada en casa más que cocinar y regar el jardín. Ver un poco de televisión y lavar. Una vida de esclavitud, una impuesta por un psicópata. Impuesta por el hombre que se supone ella amaba, y que él amaba. —Dormiré un poco más, no me siento del todo bien.

—Si es así, podría ir por un medicamento para ti. —Negué. No quería un suicidio hoy, porque mamá tenía prohibido salir; ni tampoco un gasto innecesario. —Guarda el dinero para algo más importante.

—Tú eres importante.

—No. —Insistí, levanté mi mano entre mis sábanas hasta tomar la suya. Sus dedos estaban más delgados este día. —Me curaré con el tiempo. A demás, sabes qué pasará si él descubre que has salido de casa.

—No importa, con tal de tener algo para ayudarte, no tendrá importancia salir solo a la farmacia. —Le di un pequeño apretón a su mano y le miré a los ojos. Quería que entendiera. Si yo enfermaba, no era una prioridad; mamá no podía entender que yo sufría más por su agonía que por una simple alta temperatura.

—No salgas, por favor... —Dije casi en voz inaudible. Mi súplica parecía ser en vano. —Yo iré mas tarde. —Ella me sonrió. 

La lluvia aumentó su furor, el silencio entre nosotros era borrado por millones de gotas de agua que caían contra la ventana. Bostecé, cansado de no haber dormido debidamente y mamá soltó mi mano para tocar mi frente.

—¿Cómo está tu amigo? —Preguntó. —Supe que vino a enfrentarse con tu padre la semana pasada porque él quería sacarte de la escuela. —Miré en dirección a la ventana; las enormes nubes grises llamaban mi atención. 

—Está bien. —Mencioné. El delicado arrullo del agua cayendo me seducía; volví a cerrar mis ojos, pero traté de seguir la conversación. —Juicy... Vio el arma en el asiento del auto de papá, así que tuvo un "mal presentimiento". —Intenté hacer las dos comillas con mis dedos, pero mis brazos no se levantaron. —Así que, al día siguiente, cuando no fui a la escuela, Juicy se alteró, trajo a Todd con él, y, mientras tú estabas en el segundo piso doblando la ropa, él se peleó con papá... Él estaba borracho... Así que... —Volví a bostezar. —No lo recuerda. Pero yo solo no fui porque no tenía ropa limpia, y de repente llegué y vi todo el desastre en casa...

—¿Y paraste la pelea?

—Me uní. —Sonreí entre mis balbuceos, porque sabía que eso estaba haciendo. El sueño ya no me dejaba hablar correctamente. —Así que... Golpeamos a papá. Y todos amanecimos adoloridos... Nadie fue al siguiente día. Pero... —Sentí la mano de mamá en mi cabello. —Supongo que nos desahogamos un poco...

—Suena bien.

—Suena... Excelente.

Soñé en cuanto me quedé dormido. Mi madre sonreía de forma sincera; mi abuelo la abrazaba y podía depositar besos en su mejilla. Yo me sentía libre; y papá no estaba ahí. Papá no existía en este mundo perfecto. Mis amigos no eran golpeados por el hombre que tanto odiaba, mi madre era la mujer perfecta que mi abuelo soñaba. Seguramente yo tenía una pareja, y podía ver a mi mejor amigo, sin las amenazas del hombre al que tanto odiaba. Podía dormir tranquilo. Pero incluso dentro de ese sueño, lo sabía.

Todo no era más que una vil mentira.

El chico de los ojos violetasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora