VIII. 16 de septiembre de 1983

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CAPÍTULO
VIII

16 de septiembre de 1983

Juicy nos demostró que no estaba loco, pero sí muy estúpido. Orson y Juicy, o como ellos solían llamarse, Orcy, como si se tratara de una comedia romántica barata, nos arrastraron a Charlie y a mí con ellos para ayudar en la maqueta. Pero solo con una condición: Orson y Juicy debían comprar los aperitivos para comer mientras hacíamos el proyecto.

Además de tres bolsas llenas de papas, galletas, refrescos y chocolates, también llevábamos las mochilas cargadas de materiales para el proyecto de los idiotas a través de toda una calle que parecía ser donde vivían los más ricos de la pequeña ciudad. A Orson no parecía molestarle, pero Charlie y yo denotábamos nuestro sentimiento de inferioridad mirando a todos lados como si fuéramos un par de indigentes en medio de Disneyland.

La casa a la que llegamos era hermosa en todos sus aspectos. Su jardín brillaba por los árboles podados con figuras extravagantes y la pequeña fuente danzante en el centro, además de estatuas de mármol colocadas en el camino principal de la casa para hacer sentir inferior a cualquiera que pasara por ahí.

Charlie volteó a verme incrédulo de que el loco del cine viviera en un sitio como este, y yo me atreví a regresarle la mirada, dándole toda la razón. El sitio era increíble y fuera de ese mundo; aunque claro, nosotros solo eramos chicos de clase media con una mesada regular. Sin embargo, antes de llegar a la entrada principal, giramos y nos desviamos por otro camino, rodeando por un lado de la casa, en dirección al patio trasero.

—¿Verdad que es bonita esta casa? —Sonrió Juicy orgulloso, como si presumir del dinero de sus padres fuera algo común para él.

—Hombre, no sabía que eras alguien de dinero. —Confesó Orson mirando alrededor. Grandes árboles rodeaban la casa en lugar de un muro en lugar de una larga fila de tablones como debería de ser. Muchos de estos con frutos rebosando en sus copas. —De haberlo sabido, te habría hablado mucho antes. —Bromeó logrando carcajear a Juicy.

—¡No te confundas! —Siguió riendo y negó. Cuando terminamos de cruzar todo el ancho de la casa, pudimos ver un pequeño establo de color rojo y blanco en el fondo. Juicy comenzó a caminar en dirección a él. —Esta es la casa de Todd.

Charlie se detuvo y miró todo el sitio alrededor de nosotros. Estaba seguro de que se sentía tan fuera de lugar como yo, porque su gesto lo decía todo. En especial cuando vio la enorme alberca cubierta por ser invierno.

—¿Por qué hemos venido entonces? —Preguntó Charlie desviando sus ojos de la piscina, y preguntando lo que también vagaba por mi mente. —¿No íbamos a hacer su proyecto?

—Sí, pero este es un sitio especial. —Dijo señalando el granero.

Caminamos hasta él sin prisas. No era tan grande cuando estabas cerca, pero aun así, era impresionante que alguien tuviera un granero en su patio trasero. Yo con trabajo tenía casa para mi perro. Juicy volteó hacia nosotros antes de entrar, y levantó su mano en alto.

—Cada vez que vengan, a cualquier hora, deben de tocar el timbre tres veces, y la cuarta vez, deben dejarlo presionado tres segundos. —Nos indicó y se giró para presionar un botón exactamente las veces que mencionó.

Con calma, dejó las bolsas en el suelo y corrió, de repente, haciéndonos a un lado como si fuera un partido de fútbol. Juicy brincó, atrapando algo que caía desde el cielo y soltaba un pequeño destello. O más bien, desde la única ventana visible del granero, en el centro de la parte superior. Regresó hacia nosotros y, con una sonrisa traviesa, introdujo la llave en la cerradura y abrió una pequeña puerta por la que cabíamos perfectamente. Supuse que abrir las enormes puertas solo para nosotros sería algo estúpido.

El chico de los ojos violetasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora