XXVIII. 31 de octubre de 1983「1」

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CAPÍTULO

XXVIII

31 de octubre de 1983

—¿Te duele? —Preguntó Mao mientras regresábamos a la casa de campaña. Volteé a verlo sin entender a qué se refería y él apuntó en dirección a su muñeca.

El tema de la cicatriz de Mao quedó en el olvido cuando, por más insistente que fui al que me contara la razón, siguió diciendo que todo había sido en un día común y corriente. No entendía cómo eso podía ser parte de un día normal, y empecé a preguntarme la manera tan diferente en la que Mao veía las cosas si era así. Sin embargo, el tema de la cicatriz de mi muñeca no había sido tocado por culpa mía.

Fingir demencia no era muy difícil, y evitar que otros supieran cosas de mi vida era relativamente fácil. Orson y Charlie me regañaban por ello seguido ya que decían que los excluía de mi vida, incluso si las cosas eran de vida o muerte. Sin embargo, no podía evitarlo. Prefería dar mi mejor cara a tener que mostrar mis debilidades frente a otro. Hablar de mí nunca me parecía importante, sino el hablar de quien estaba conmigo.

Orson lo llamaba egoísmo, Charlie pensaba que quizás yo no quería lo suficiente a mis amigos. Pero no era nada como eso, simplemente el hecho de demostrar parte de mí me hacía sentir desnudo y débil. Odiaba ser débil, ya que la debilidad me había llevado justo a lo que hice hace años. Me avergonzaba, era una consecuencia de mi endeble persona.

Negué después de que caminamos un rato en silencio. Me había quedado tan preocupado por lo que había visto que me puse realmente serio y no pude responderle a nada de lo que me dijo Mao después. Quizás él pensaba que yo exageraba. Si a él no le importaba, por qué a mí debía de importarme. Pero el hecho de ver algo tan atroz plasmado en la piel blanca de Mao me hacía sentirme inútil ante el mundo que lo rodeaba.

—Hm, lo siento. —Se disculpó. Volteé a verlo y parecía estar cabizbajo; giró su cabeza en dirección contraria a mí, guardando las manos en sus bolsillos y regresó su mirada en mi dirección con una sonrisa. —No debí haberte enseñado, eso, fue tonto de mi parte. —Mao apresuró el paso muy posiblemente para huir de ahí en cuanto antes, pero le tomé de la mano antes de que pudiera alejarse. Me miró no entendiendo y yo agaché la mirada avergonzado.

—Mao, yo...

—Tampoco era de mi incumbencia haber preguntado de tu cicatriz. —Dijo tan rápido que apenas pude entenderle; su voz parecía temblar. —Karl, lo siento mucho.

—¿Por qué te disculpas?

—Quería cambiar el tema porque de repente parecías muy triste y preocupado. —Se sinceró. Me sorprendió que notara mi comportamiento con tan pocas palabras que le dije acerca de la marca que decoraba mi brazo y le miré a los ojos. No quería soltarle porque bien podría huir de mí. —Y... soy malo conversando; pensé que podría... hacerte sentir mejor el hecho de que no fueras el único con una cicatriz... —Mao esta vez lucía incómodo y algo triste. Dejó de mirarme y bajó la mirada. —En serio, lo siento. No quería hacerte sentir mal o recordar cosas tristes.

—Estoy bien. —Dije tan rápido como pude y solté su muñeca cuando noté que él aflojó la fuerza con la que trataba de huir al principio. —Y no me duele. —Dije respondiendo a su pregunta. —Exageré mi reacción, así que también lo siento.

Mao sonrió y miró en dirección contraria dejando un silencio entre ambos que era llenado por el canto de los grillos. Sacudió sus manos y volvimos a caminar a la par envueltos en el frío y en un incómodo sentimiento provocado por mí. Me maldije por dentro porque si no hubiera reaccionado de esa manera con Mao y le hubiera dicho que fue un accidente nada más, aunque fuera mentira, todo hubiera terminado en eso, pero tuve que cubrirme como si hubiera cometido un crimen o algo parecido.

El chico de los ojos violetasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora