capítulo 7

83 9 3
                                        

Los susurros provenientes desde afuera se notaban cada vez más elevados y las voces parecían mantener una discusión que variaba en opiniones.

—Él puso su semilla en ella, estoy seguro de eso. Pobre bizcochito —el inconfundible tono de Eros llegó a mis oídos.

—Cuando lo dices así, se me abre el apetito, y ¡iugh! Mi cerebro no puede con tanta información, ¡todavía no puedo ser tía! —susurró Sophie notablemente disgustada.

—Como si tú no lo hicieras —se oía a Savannah reprochando hacia el repentino quejido de su hermana.

Dejé de escuchar los murmullos haciendo contacto con mis pies sobre la fría superficie, enfocando mis ojos en una ancha y trabajada espalda que descansaba plácidamente bajo las traslúcidas sábanas.
Me pregunté qué tanto recordaría keelan al despertar, y si lo sucedido la noche anterior solo sería tomado como un desliz por su parte o si dejaría de lado el asunto ignorándolo por completo.
Retomé mi camino llegando a su lado, deteniéndome en su aspecto. No podía negar lo evidente. Él se veía impecable en aquellas circunstancias. Incluso si buscaba defectos en su figura, costaba hallarlos.
Mechones rebeldes desde tonos claros a oscuros se mezclaban y caían sobre su frente perdiéndose en su alborotado cabello.
Desprendía una seguridad incluso en un estado tan vulnerable para muchos otros.
Los quejidos por su parte se hicieron presentes volviéndose más audibles y desesperados, llamando mi atención por completo.
Me atreví a posar una mano en su hombro desnudo con confianza y como advertencia, pero al hacer contacto con su piel sus ojos se abrieron con fuerza.
Todo sucedió muy rápido. Sostuvo mi muñeca ejerciendo una considerable presión.
Sus pupilas cargadas de odio me escrutaron en un intento desperado por buscar respuestas que yo no podía darle.

—Ey, ¡tranquilo!¡Soy yo!

Se irguió en la cama y examinó alterado cada rincón del sitio ajeno a él. Cuando consiguió tranquilizarse, advirtió que no se encontraba solo y aflojó el agarre, pero no del todo.

—¿Estás bien?

Se soltó bruscamente, enviando advertencias con su mirada para que me mantuviera al margen. Y eso hice. Me sentí estúpida al creer que estaría envuelto en un estado vulnerable y yo podría ayudarlo como antes, claramente él no era la misma persona que la noche anterior.
Antes de poder obtener al menos una mínima respuesta, la puerta se abrió por completo, mostrando a un risueño Eros que portaba una cámara fotográfica entre sus manos, junto a una mueca lasciva. Las hermanas se encontraban una a cada lado, observando la situación con asombro.
El pelirrojo cambió su expresión a una preocupada, acercándose rápidamente hacia nosotros y dejando de lado el artefacto que cargaba.
Me alejé por instinto, dándoles espacio.

—¿La misma pesadilla de siempre? —articuló esas palabras con previo conocimiento. Keelan asintió, demostrando que parecía llevar tiempo con esas costumbres.

—Vamos abajo, te daré algo que beber —el pelirrojo observó a las chicas pidiendo permiso, pues todavía estábamos en su casa.

Nos dirigimos los cinco escaleras abajo en total silencio.
Se podía notar la tensión en el ambiente.
Ya en la cocina, Eros abría y cerraba puertas y cajones ofreciéndole un vaso con agua a su amigo bajo nuestra atenta mirada.
El rubio lo bebió de un sorbo, dándose la vuelta y pasando por nuestro lado sin emitir palabra. Caminó tranquilamente en su habitual aire de confianza y me importa una mierda hasta situarse en la ventana que daba al jardín, perdiéndose en su mundo.
Luego de unos minutos me ofrecí a preparar el desayuno al que mi abuela me había acostumbrado toda mi vida.
Comencé a vertir los ingredientes de lo que pronto serían unas perfectas masas circulares y esponjosas, en compañía de los presentes.

PERFIDIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora