Tal y cómo habíamos acordado la noche anterior, nos habíamos reunido en la casa de Keelan para comenzar con el trabajo que nos había pedido el profesor.
Aquella monstruosidad del tamaño de una mini mansión no se comparaba con la mía.
Al entrar, quedé aún más sorprendida que observándola por fuera. Disponían de varias habitaciones, una sala de estar separada de la cocina y el comedor. Detrás de él, un enorme patio trasero se hacía visible tras las puertas de vidrio corredizas.
Los colores que componían la casa variaban entre el gris, blanco y negro, combinados perfectamente.
Al llegar a su habitación en la planta de arriba, se podía notar que el diseño distinguía en tonos rojos y negros. Parecía el único sector con otro estilo, probablemente había sido la elección de Keelan para su espacio personal.
La excusa a mis padres fue sencilla, mencioné que pasaría tiempo con Savannah y Sophie porque teníamos asuntos pendientes, pues encontraba vergonzoso tener que decirles hacia donde me dirigía.
Sí, a la casa del mismo chico que habían visto fuera de la nuestra en aquella ocasión.
Para nuestra suerte, su madre se encontraba fuera de casa, eso suponía una muy buena noticia, que ella me encontrara aquí no era de lo más conveniente.
No quería imaginar la expresión de aquella mujer al encontrarme encerrada entre cuatro paredes con su hijo, con el que recientemente había tenido una discusión.—Así no se puede contigo, ¡me rindo! —chillé moviendo mis manos molesta y frustrada porque se volvía imposible coordinarnos—. ¡No aceptas mis críticas y pretendes hacer todo el trabajo tú solo!
Habíamos perdido la cuenta del tiempo que nos tomaba ponernos de acuerdo para resolver el ejercicio planteado.
Keelan conservaba sus opiniones y pensamientos y se volvía molesto organizar las ideas.
Con los papeles y cuadernos repartidos por el suelo y los movimientos de mi pluma en alto, yo discutía con Keelan sentado sobre su escritorio anotando en su libreta.
Se estiró en su lugar aún molesto, luciendo sus trabajados brazos sin el menor esfuerzo.
¿Acaso existía alguna parte de él que no se viera atractiva?Pues debería averiguarlo, medité avergonzada hacia dónde se encaminaban mis pensamientos.
—¡Es que exprimes mi talento! —bramó del mismo modo tirando de su cabello, llamando mi atención nuevamente.
—¡Pues tú no me dejas resaltar mis estupendas propuestas! —vociferé para luego imponer una amenaza—. Te juro que si no me permites colaborar...
—¡Bien! Escucharé lo que tengas para decirme Ariadna —reprochó con la paciencia a tope esperando una respuesta—. ¡Ilumíname con tu sabiduría, genio!
—Bueno...yo... Déjame pensar... —la realidad era que no tenía una sugerencia clara, y no pretendería darle la razón.
Pero simplemente no pude responder, nada venía a mi mente. Habíamos invertido tanto tiempo discutiendo que no podía pensar en nada más.
—¡Wow, tú idea me parece fascinante! —aplaudió, demostrando haber ganado la batalla.
—Como pretendes que mi cabeza maquine una solución... —comencé a impacientarme otra vez—. ¡Si ni siquiera me dejas pensar!
Tomó el puente de su nariz exhausto. Me crucé de brazos balbuceando cosas sin sentido como una niña siendo regañada por sus padres.
—¿Podríamos, por favor, frenar aquí? —propuso con voz pausada y pacífica—. Traeré comida, ¿quieres algo en particular?
—Ok. —repuse cruzando mis brazos, haciendo a un lado el cabello sobre mi cara.
No podía decirle que no a la comida.Salió del cuarto suspirando exhausto y regresó a los minutos con una bandeja con dos sándwiches, jugo de naranja y muchos dulces.
Eso funcionaría para mí.
Apoyó todo en la mesita de cristal cerca de los dos sillones individuales de cuero en color café oscuro, indicándome que me acercara.
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PERFIDIA
Teen FictionAlguien me dijo una vez que las personas somos despiadadas y crueles por naturaleza. Que aunque no lo quisiéramos, siempre lo llevaríamos con nosotros. Que de algún modo, una pequeña porción en nuestro inconsciente actúa injustamente gozando las de...