capítulo 3

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¿Quién en su sano juicio osaba en inventar esa bebida caliente tan exquisita como lo era el café?
Bebí una vez más del pocillo que contenía ese líquido suave y espumoso, sosteniéndolo con mis dedos aún helados.
La escasa temperatura comenzaba a hacerse notar bajo el manto de nubes grisáceas que adornaban el cielo.
Me enfoqué otra vez en la pintura fresca que se presumía en el marco de la ventana, ahora abierta de par en par, dejando paso a una resplandeciente luz blanquecina que se asomaba desde afuera.

—Dicen que no hay nada mejor que una taza de cafeína para estimular las células de cerebro.

Emití una mueca, de algún modo esperando la repentina presencia. Este hombre poseía la sabiduría y astucia en sus justas medidas. Con él siempre podrías aportar tus ideas, lo demás quedaba en cuestión de pensamientos ajenos.
Lo observé desde mi puesto, se encontraba apoyado sobre el marco de la puerta.

—Entonces de ser así, papá, deberíamos repartirlas a montones.

Una risa proveniente de él me hizo notar que esos pequeños detalles agregaban distinguida emoción al momento.
Si bien mamá era un ejemplo de mujer a seguir, y cumplía con su trabajo, yo compartía más opiniones con papá.
Aunque él no fuera precisamente una persona que repartiera caricias, siempre mantuvimos una estrecha relación.
Yo entendía su manera de demostrar afecto.
Poseía gran parte de sus facciones, como sus castaños ojos, del mismo tono que su cabello y algunos rasgos en la personalidad.
Llevaba un pequeño corte en la zona del mentón, dónde hacía pocos días cargaba una ligera barba que se notaba había decidido rasurar.
No fue sino hasta ese momento, que percibí que también sostenía una taza entre sus dedos. Me ofreció una sonrisa cálida, y avanzó unos pasos más hasta quedar sentado en el lugar sobrante del sillón. Sin emitir palabra, concentró su vista más allá del cristal de la vieja ventana.
El silencio en situaciones puede volverse abrumador, pero en este caso estaba lejos de serlo.

—Ave.

Observé a mí costado con extrañeza. Me tomó unos segundos entender a qué iba la simple pero repentina palabra de papá.
Se trataba de un juego que solíamos practicar cuando yo era una niña curiosa queriendo explorar el mundo.
Pasábamos horas observando detalladamente el escenario frente a nuestros ojos, y luego procedíamos a localizar lo primero que cruzara nuestro campo visual. Era cuestión de agudizar nuestros sentidos. Recuerdo las palabras que siempre repetía papá.

"Es bueno poder percibir cosas que otros tal vez no, eso te otorga más astucia y viveza a la hora de pensar qué decir en los peores momentos, diferente a las personas más confrontativas, que no controlan sus impulsos."

Agudicé mí vista, explorando el exterior desde mí ubicación. Para ganar tiempo y como excusa de mis vagos intentos, ingerí un sorbo de mí café, esta vez más desesperado, inspeccionando el terreno en busca del ave. Él analizaba cada movimiento esperando una respuesta por mi parte que tardaría en llegar.
En ese mismo instante una cabellera dorada llamó mi atención.
Mis neuronas comenzaron a trabajar a toda velocidad, en lo que pude verificar la situación frente a mí.
Era Keelan, evidentemente.
Llevaba las manos en sus bolsillos y caminaba de manera altiva y despreocupada, cómo si no le importara lo ajeno a él.
Me descoloqué por un segundo, manteniendo mí expresión de sorpresa.
¿Pero qué hacía él por aquí, era casual encontrarlo justo en frente de mí casa? ¡Claro que no!
Y como si leyera mis pensamientos, lentamente su perfecto y remarcado perfil, donde reposaba su impecable tez bronceada, fue volteando hacia su izquierda, en dirección al cristal. Me permití fantasear un momento con lo sólido que debía ser su sistema óseo y la belleza de la que gozarían sus futuros hijos.

Visualicé a una pequeña y provocativa Natalie a mí costado derecho que decía: "Quién fuera sangre para recorrer cada centímetro de su cuerpo".
Del lado izquierdo apareció una perspicaz y firme Savannah, que simplemente se cruzó de brazos indicándome que corría peligro, y debía actuar antes que el chico que se encontraba afuera me notara. A su lado, su melliza Sophie contrariaba a su hermana, apoyando a Nat.

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