capítulo 23

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Debía averiguar información de algún modo, y me venía perfecta la invitación del pelirrojo a ese evento tan importante para su padre. Una costosa cena de gala con su equipo de trabajo en el hospital sería la ocasión perfecta.
Eros había mencionado hace tiempo que el jefe de su padre anunciaría su compromiso, y precisaba de una acompañante. Muchas en el instituto y fuera de él se habían ofrecido para ser privilegiadas por una noche en compañía del Dios al que ellas adoraban. Pero ese día él ya había eligido a su acompañante: yo.

Lo que no sabía era si seguiría siendo su compañía luego de nuestra última conversación poco cordial, mas mi propósito era llegar con un aire desafiante y determinada en mi próximo objetivo.

Me detuve en la entrada del gran salón para dar los nombres. Yo ya había anticipado la jugada.
Luego de que el recepcionista me dejara ingresar admiré las telas blancas que colgaban a lo largo del techo en forma de ondas y caían suavemente hasta el suelo.
Las mesas de los invitados consistían del típico mantel blanco. Pero lo que las diferenciaba de lo habitual eran el bordado y los detalles en dorado.
Más allá, se desplegaba la cabina con el dj que preparaba el equipo, y del lado derecho e izquierdo dos barras de tragos con repisas que se extendían hacia arriba servían las bebidas que luego los del personal se encargarían de ofrecer a los presentes.

La amplitud del lugar me pareció descabellada para ser una simple cena, mas podía asegurar que los invitados lo llenaban por completo.

Contemplé la silueta del pelirrojo que se encontraba de espaldas y me aproximé tosiendo para hacerme notar.
Dió media vuelta desorientado, sus ojos recayeron en mi presencia y se abrieron con sorpresa analizándome de pies a cabeza. Su mirada decía mucho más; no era la reacción que esperaba en lo absoluto al verme. Quizá la prenda dejaba mucho a la visual, que era algo que en lo personal no acostumbraba a vestir, o lo había dejado impactado el hecho de que yo, Ariadna Lanet, estuviera tan arreglada.

—¿Qué pasa gran Eros Villin, el gato te comió la lengua? —con una sonrisa le guiñé un ojo y luego lo escaneé mordiendo mi labio con disimulo.

Se veía perfecto enfundado en una camisa negra ajustada a su cuerpo con los primeros botones al descubierto, exhibiendo un delgado y sencillo collar de plata. Las mangas dobladas hasta el antebrazo eran su sello, pues ningún invitado se veía tan salvaje rompiendo las reglas de la camisa blanca bien arreglada.
Los pantalones de vestir negros realzaban sus piernas bien formadas adaptándose a su gran figura, esbelta e imponente.

¡Y ni hablar de su cabello! Había decidido acomodarlo salvajemente dejando que las ondas pelirrojas cayeran en diferentes direcciones de una manera sutil, que le enmarcaba el rostro perfectamente alineado y sus labios carnosos.
Si veías en sus particulares ojos, podrías perderte horas en ellos. El negro le quedaba perfecto, su mirada se volvía oscura y al mismo tiempo salvaje, así como también misteriosa.

—Yo... Solo... Solo me recuerda a un vestido que le vi en una ocasión a Gretchen, la hermana de Keel. Incluso parece el mismo modelo. —musitó aún pasmado.

Me quedé de piedra, mas simulé que aquella respuesta no me había afectado tanto como lo hizo.
Ahora más que nunca necesitaba descubrir el remitente de aquella caja misteriosa cuanto antes.
Esa sería una de mis tantas búsquedas por tachar de la lista.

Una morena en un vestido de seda negro que dejaba parte de su silueta al descubierto se aproximó rápidamente sujetando el brazo del pelirrojo e imponiendo su intención ahí mismo.
La reconocí rápidamente.

Bety Hudson: iba dos cursos antes, era el cerebrito de su aula con un cuerpo de medidas reducidas, pero bastante proporcionado.
Poseía la inteligencia y belleza justas, y lejos de ser criticada, era admirada por los estudiantes.

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