capítulo 22

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Natalie bajó de su motocicleta Bee desganada. Me percaté de su particular estilo al quitarse el casco azul eléctrico tan característico de ella y su avidez por todo lo nuevo.
Sus ojos tenían un delineado grueso que se notaba incluso a la distancia generando un impacto visual. Su boca tenía un color vino fuerte y un falso piercing de forma anillada sobresalía de su labio inferior.

—¿Que... qué sucedió? —pregunté tragándome todo lo que realmente quería saber.

No podía culparla, una parte de mí agradecía que ella tuviera la misma locura que me caracterizaba en diferentes maneras.

—Fue Frank... —su vecino. Debí suponerlo.

No aporté ningún comentario sobre ello, en su lugar la escaneé de pies a cabeza nuevamente, haciendo un repaso mental de algo en su particular vestuario que no encajaba con el resto.

Oh sí. El top amarillo detrás de esa gran y pesada chaqueta de cuero negra.

—Creo que pudiste esmerarte un poco más con el atuendo. Una persona con estilo dark estaría realmente ofendida con tu aspecto —una risa acompañó a mi comentario y se vió más relajada. Ella necesitaba estar tranquila, y como su amiga facilitaría la tarea.

—¿Otra vez con tus dramas amorosos? —se quejó el encargado Steve observando el aspecto de Natalie con desagrado, a la vez que sacaba las llaves de su pequeño bolso marrón.

—Si te amigaras más con la jefa y le hablaras de un posible aumento a tus empleados juro que no tendrías que verme nunca más con este humor.

—No concedo milagros joven, solo soy un payaso más en este circo. —susurró derrotado para sí mismo, bajando los hombros.

—Eh, ¡no te quejes viejo! Si a ti te pagan más que a nosotros —Rich se aproximó y palmeó su espalda ante la mirada dura del gerente, acto seguido acomodó el cuello de su camisa alejándose por completo.

—Más respeto a tus superiores, muchacho.

                           ~❄️~

En medio del ajetreo entre los clientes que se amontonaban para recibir sus órdenes y los que exigían su mesa, fui informada del llamado de la jefa.
Con el corazón en la boca mis pies fueron guiados hasta su oficina con pavor.

Entré en su despacho. Se veía algo apresurada y cargaba rápidamente unas carpetas para retirarse del restaurante.

—Mi hijo me ha informado que no cumples muy bien con las tareas que se te asignan durante la jornada laboral, por lo que me permití tomarme la molestia de descontar unas horas de tu salario. —me quedé estática en mi lugar repitiendo en mi cabeza las palabras de la jefa. Simplemente no podía creerlo.

Me veía ridícula, de pie frente a ella, tan indefensa, demasiado estúpida para no estar haciendo nada. Yo no poseía poder alguno, solo era un peón más al que así como podía moverlo a su gusto también era capaz de quitarlo del tablero si así lo deseaba.

Su rostro de suficiencia lo dijo todo.

Se estaba cargando el odio conmigo. Para empezar, el repudio hacia mi persona era evidente.
Pensé en destapar allí mismo la información de valor que yo conocía. Si ella supiera qué cosas sabía sobre sus "pequeños" deslices a estas alturas tendría un trato diferente y, posiblemente, un cargo superior al de ahora. Pero preferí callar aunque me remordiera por dentro.

Antes de retirarme y aprovechando su descuido cuando recibió una llamada tomé rápidamente una tarjeta de crédito en desuso ocultándola en el bolsillo de mis pantalones.
Al verme a punto de salir me hizo un ademán con su mano para que aguardara en mi lugar mientras ajustaba unas cuentas con algún empresario.
Cuando cortó la llamada se encaminó posicionándose hasta quedar frente a mí, haciendo un rápido escaneo como si frente a ella tuviera a la peor escoria humana.

PERFIDIADonde viven las historias. Descúbrelo ahora