capítulo 8 -segunda parte-

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—¡Mi precioso nieto! —se dirigió a él apretujando sus mejillas para luego abrazarlo efusivamente, haciéndome a un lado.
Su corta cabellera rojiza se volvía anaranjada debido a la iluminación del día. Era evidente a quién había sacado esa genética Eros.

—¡Ay! Me asfixias -detuvo sus cariños y besos ante las quejas ahogadas del chico, alejándose solo un poco para advertir mi presencia.

—Y dime, ¿quién es esta preciosa muchacha?

—Abuela, ella es Ariadna —me presentó Eros.

—¿Adriana? —cuestionó la anciana cargando el pequeño bolso de mano observándome con simpatía.

—A-riad-na —deletreó Eros elevando la voz y acercándose a su lado—. Ella es sorda, necesitas hablarle fuerte y claro para que comprenda —me explicó entre susurros, a lo que asentí.

—Oh, yo me llamo Georgeanne cielo, pero puedes decirme Gigi.

—Un gusto, Gigi —llevé mi mano en su dirección.
Correspondió el saludo envolviéndome en un fuerte abrazo tal y como lo había hecho con su nieto.

Para su aparente edad, sí que tenía energía.

—Jovencita, ¿eres enfermera? —musitó observando la caja que todavía llevaba aferrada a mi mano—. Porque necesitaría viagra para el viejo, ya sabes que con la edad no les funciona como debería.

—Yo...

—Diablos abuela, demasiada información que ella no precisa saber, y no... —interrumpió el pelirrojo, llevando su mano a la frente disgustado— no es enfermera.

—Oh, querido, nunca se es grande para jugar a la doctora y al paciente con tu novia —le guiñó el ojo—. Recuerdo cuando el viejo y yo...

—No es mi novia, ¡es una amiga! —rebatió el pelirrojo al borde de la desesperación rascando su nuca.

—Si a eso le llamas amistad cielo...

—Ya es suficiente, déjala mujer, vas a asustar a la pobre muchacha —le ordenó un hombre canoso que venía detrás de ella, cargando las bolsas de las compras.
Sus agradables personalidades demostraban que tanto él como aquella mujer, a pesar de los años acumulados mantenían cierta chispa jovial, y los impecables atuendos que portaban parecían no poseer una mínima arruga.

—¡Eros! Mi muchachote —se saludaron estrechando sus manos para luego dirigirse a mí.

—Ella es Ariadna, Gavril —se adelantó su mujer.

—Lo sé, perdona a mi esposa —se disculpó conmigo—. Nunca mide sus palabras cuando se trata de alguien nuevo.

—Deja de quejarte y carga las bolsas al auto, en la semana tendrás tu paga —pasó por su lado palmeando las nalgas de su esposo y enganchando su brazo al mío para avanzar.
Observé estupefacta a Eros abriendo mis ojos y boca para reír mientras era arrastrada por su abuela.

—Yo te ayudo, abuelo —se limitó a responder el pelirrojo indudablemente incómodo, recogiendo el botiquín de mis manos para guardarlo, comenzando a cargar las compras.
Me sorprendió verlo de ese modo y haciendo algo que requiriera esfuerzo, según sus palabras anteriores.

"Solo será esto" prometió Eros discretamente para que le leyera los labios. Asentí haciéndole saber que no tenía problema.
Si ese pequeño instante lograba hacerlo olvidar por un momento, entonces me sentiría satisfecha.
Luego le avisaría a Keelan que todo marchaba de maravilla para que no se preocupara.

—Me recuerdas mucho a mí cuando tenía tu edad, ¡tan jovencita! —volví mi mirada hacia la abuela, quien suspiró con aparente nostalgia—. No aspires a algo bajo como lo hice yo —sentenció en voz baja para que sólo nosotras lo entendiéramos—. Mi nieto cumple tus estándares, es bien educado y apuesto, porta mi genética corporal y sobre todo es digno del apellido que lleva y el buen corazón que posee —mencionó una por una las cualidades del pelirrojo, logrando que me diera la vuelta para observarlo ruborizado, acción de la que me burlé guiñando un ojo, recibiendo un gruñido silencioso como respuesta—. Supieras la cantidad de muchachas que no eran dignas de él y lo querían engatusar.

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