capítulo 11

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Dedicado a Princesa-Helada
Gracias por acompañarme, joderme la vida con tus mensajes cursis y tus locuras únicas jajaja y por las respuestas tarde y los vistos, te quieroo!

«¿Seguirás ignorándome o hablaremos sobre lo que pasó?»

Aquel era el cuarto mensaje de texto, en dos mañanas consecutivas, que recibía por parte de Keelan. Había decidido darme una ducha relajante después del beso cuando regresé a casa, exhausta y abrumada por lo ocurrido. No sabía qué responder, cómo actuar. Era algo que, inconscientemente, había querido que ocurriera desde nuestro encuentro en ese pequeño cuarto.
No me presenté al trabajo, pues era fin de semana y mi jornada libre. Suponía un alivio estar alejada de sus cambios constantes de humor. Podría decir que me asustaba la idea de repetir ese escenario, pero mi verdadero temor se reflejaba en mis sentimientos revueltos, en los constantes avances y retrocesos con sus actitudes y yo no estaba segura a qué jugaba. Solo quería comprenderlo, más su inestabilidad no me permitía acercarme lo suficiente para ganarme su confianza, a pesar de los pequeños momentos en donde él pareció abrirse conmigo de maneras irreales.
Guardé el teléfono en mi bolsillo siendo consciente que no daría una respuesta; aprovecharía para ocuparme de otros pendientes.
Me dispuse a tomarme tiempo para mí, y recorrí las calles de mi vecindario. Respiré el aire puro y visualicé aquel sendero, dónde los árboles en pleno otoño junto a sus hojas caídas formaban un camino a lo largo del silencioso paisaje.
¡Era magnífico!
Llevaba fácilmente una hora de recorrido. Irónico, cuando menos prisa tenemos, más rápido parece ir el reloj, pensé.
Tomé la curva activando mis cinco sentidos al máximo, cuando realicé que las nubes habían cubierto el cielo y las gotas comenzaron a caer desesperadas, dando paso a una lluvia torrencial en ese mismo instante.
El panorama se disfrazó de gris enseguida, y el clima que parecía abrazarme al principio, se convirtió en el enemigo. El frío se hizo presente, y con mis manos hice a un lado mi cabello empapado en el camino de regreso. Normalmente las personas regresan apresuradas a sus hogares, pero ese no era mi plan. Quería caminar bajo el agua, contemplar aquel acontecimiento y dejarme llevar por las emociones del momento.
Los susurros del viento y los árboles me acompañaron, y en aquel instante, lloré en silencio. Mis emociones estaban a flor de piel. No había motivos, ni razones, solo quería desahogarme sin tener algún fundamento.

¿Es que acaso en algún momento nos frenamos a pensar en todo lo que hemos vivido, en todo lo que ha pasado a nuestro alrededor, y no quisiéramos poder hacer algo para cambiarlo?

Cubrí mi rostro volviéndome ausente ante los rugidos del cielo. Me permití pensar en las desgracias ajenas. Si algo me caracterizaba, y también funcionaba como una maldición, era experimentar emociones ajenas. No exactamente como propias, pero parecía vivirlas junto a ellos, y eso dañaba.
Quizá este mundo merece más bondad para opacar la maldad que vemos todos los días allí afuera, o incluso puertas adentro, pero duele saber que muchas veces no existe solución para todas.
De pronto las gotas cesaron, alcé mi vista hacia arriba identificando la copa de un paraguas como refugio.

—Estás loca, ¿que haces en este estado y tan sola? —un brazo me envolvió en un fuerte agarre, haciéndome estremecer—. Espero tengas alguna explicación lógica, bizcochito. Vas a enfermarte.

Di la vuelta, Eros fue quien captó mi atención. Llevaba un abrigo que decidió prestarme cuando observó el estado deplorable en el que seguramente me encontraba. Su cabello rojizo alborotado por el viento comenzó a humedecerse apagando el tono original. El brillo en su mirada demostraba auténtica tristeza.
Su semblante preocupado se intensificó tal cual sucedía con su amigo cuando no comprendía la situación ante sus ojos.

—Ey, ¿estás bien? —se alejó para observarme con cautela, reposando el abrigo en mis hombros. Agradecí aquel gesto cuando me pidió que sostuviera el paraguas—. Estás del asco —corrió el cierre hasta el final, cuando sus dedos rozaron mi barbilla con delicadeza.

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