capítulo 18

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Durante el último día de la semana decidí visitar a Keelan cuando recibí un mensaje de texto en donde me invitaba a pasar la tarde con él.

Para empezar, la culpa estaba comiéndome por dentro. Había cruzado el primer límite que no debía, y trataba de ocultar el revuelo de sentimientos que me había generado estar cerca del pelirrojo durante la semana a pesar de haber evitado su presencia la mayor parte del tiempo, inventando excusas para escapar de su lado en cuanto se nos daba la oportunidad de estar "a solas".
Al final, él decidió que lo mejor sería no molestarme y darme espacio. A pesar de hallarse herido comprendió mi postura.
La falta iba más allá de lo que había sucedido, pues no había retorno. Sino que me sentía deshonesta porque de pronto, mis gustos estaban cambiando hacia cierta persona, y no podía permitirlo; simplemente no sentía que fuera lo justo.

No en ese momento.

Al entrar como de costumbre a la enorme casa del rubio, me topé de frente con la persona a la que no deseaba reencontrarme hasta aclarar la situación en mi mente. Fui salvada por una dorada campana cuando Keelan nos recibió con su típica frialdad y con un aire renovado, manifestando las ganas de vernos junto a una dura mirada. Él se había comunicado con los dos para acompañarlo.

¿Acaso ya lo sabía?¿Estaba enterado de la situación? De ser así: ¿Qué tanto?

Al parecer todo indicaba lo contrario, ya que al entrar a su habitación se dedicó a atacarnos a preguntas sobre las semanas transcurridas en el instituto.
Eros permaneció sentado en el sillón individual respondiendo con monosílabos sin tomarle demasiada importancia. Tenía una pierna encima de la otra y se encontraba mirándome intensamente cuando el rubio no prestaba atención. Intenté desviar mi interés hacia otra parte, sintiendo el constante escaneo del pelirrojo a cada movimiento de mi parte y el calor en mi rostro.

¿Qué habíamos hecho? Esta burbuja de confidencialidad que se había formado entre los dos suponía otra forma de comunicarnos, una más... Profunda.

A Keelan, por su parte, se le veía bastante recuperado de todo lo acontecido. Decía no soportar más estar encerrado en su habitación sin hacer nada y siendo constantemente acechado por su madre, quien incluso al visitarlo nos dió estrictas órdenes sobre lo que debíamos y no mencionar frente a él, alegando la delicadeza de su estado.

Todo tiene un costo, me susurró mi subconsciente.

—Iré a buscarles algo de comer —comenzó Keelan poniéndose de pie para dirigirse a la planta baja.

—Yo te ayudo —lo frené tomándolo del brazo en un apretón fuerte. Le rogué con la mirada, impaciente. Quizá ese gesto ayudaría.

—No. —sentenció firmemente ante la pequeña risa de su amigo—. Son mis invitados y yo decido qué hacer a continuación. Y me vas a dejar una gran marca por aquí —contempló su brazo con extrañeza y mi mano aún sosteniendo el agarre.

Me disculpé suspirando en silencio cuando desapareció por la puerta.
Ahora, sentada en su cama a poca distancia del pelirrojo la situación me parecía de lo más amenazante y provocativa. Las palmas de mis manos sudaban aferradas a la tela de mis pantalones.
Intenté ejercer el menor movimiento posible a ojos humanos cual estatua en una exposición, lo cual no sucedió como esperaba. Consideraba tortuoso el hecho de compartir el mismo aire que el pelirrojo.

A continuación analicé nuevamente los cuadros de la habitación en silencio, siguiendo hacia la ya conocida biblioteca y deteniéndome en el rostro de Eros, moviendo mi pie insistentemente en un acto involuntario. Respiraba serenamente, irónico a diferencia de mi situación. Su cabello alborotado no hacía más que provocarme pasar mis dedos por ese tono rojizo llamativo y tan particular. Sus facciones duras sí que le hacían justicia. El cuerpo encorvado hacia delante relucía sus anchos hombros dejando ver a través del cuello en V de la camiseta una parte de su pecho. Me vi obligada a apartar la vista cuando clavó sus ojos en mí nuevamente.

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