Capitulo 10

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La mayor templanza del tiempo primaveral obraba milagros con el humor de los picapedreros. Cuando Anders llegó al trabajo, oyó que los muchachos ya habían empezado con sus rítmicas retahílas, acompañadas del ruido de los mazos contra los cinceles. Estaban perforando un agujero donde colocar la pólvora para volar y desprender los grandes bloques de granito. Uno sostenía el cincel y otros dos se turnaban para golpear con los mazos hasta que lograsen abrir un buen agujero en la piedra. Después verterían la pólvora en él y le prenderían fuego. Habían realizado varios intentos con dinamita, pero no había funcionado. La explosión era demasiado fuerte y pulverizaba el granito, que se resquebrajaba por todas partes.

Los muchachos le hicieron una seña a Anders cuando lo vieron pasar, pero sin perder el ritmo en un solo golpe.

Con el corazón lleno de alegría, se dirigió al lugar donde estaba tallando la piedra de la estatua. Los trabajos discurrieron con una lentitud tormentosa durante muchos días de aquel invierno, pues el frío hacía casi imposible trabajar la piedra. Las tareas se vieron interrumpidas durante largos períodos a la espera de tiempos más cálidos, y no resultó fácil hacer que cuadrase la economía. Ahora, en cambio, podía ponerse manos a la obra de verdad con el gran bloque de granito, aunque no se quejaba, pues el invierno le había traído otros motivos de alegría.

A veces apenas daba crédito. Que un ángel como ella hubiese descendido a la tierra para acurrucarse en su lecho. Cada minuto que habían pasado juntos era un preciado recuerdo que él conservaba en un lugar especial de su corazón. Cierto que las perspectivas de futuro podían enturbiar esa alegría de vez en cuando. Había intentado traer a colación el tema en varias ocasiones, pero ella lo callaba siempre con un beso. No debían hablar de esos temas, le decía Agnes, y añadía que seguramente todo se arreglaría. Anders Interpretaba que ella, igual que él, abrigaba la esperanza de que vivirían el futuro juntos y de hecho, de vez en cuando, se permitía creer en sus palabras: todo se arreglaría, sin duda. En lo más hondo de su ser era un verdadero romántico y la idea de que el amor podía superar todos los obstáculos estaba profundamente arraigada en su corazón. Claro que no pertenecían a la misma clase social, pero él era un trabajador nato y podría ofrecerle una buena vida si le daban la oportunidad. Y si ella lo quería como él a ella, lo material no sería tan importante para Agnes y la vida con él merecería los sacrificios necesarios. Un día como aquél, cuando el sol primaveral lucía y le calentaba los dedos, crecía su esperanza de que todo saldría, en verdad, como él deseaba. Ahora sólo esperaba que ella aprobase su idea de ir a hablar con su padre. Después se pondría a preparar el discurso más importante de su vida.

Sintiendo el corazón alegre, empezó a golpear el bloque de la estatua con el martillo. En su cabeza revoloteaban las palabras que pensaba utilizar junto con imágenes de Agnes.

Arne estudió con atención la necrológica del periódico y arrugó la nariz. Tal como barruntaba. Habían elegido un osito como ilustración, una falta de respeto que lo disgustaba de verdad. Una necrológica debía contener los símbolos de la Iglesia cristiana y nada más. Un osito era, sencillamente, ajeno a Dios. Pero no esperaba otra cosa. Su hijo había sido una decepción de principio a fin y nada de lo que hiciera podía sorprenderlo ya. Era una lástima y una vergüenza que una persona tan piadosa como él tuviese un hijo capaz de apartarse tanto del camino recto. Alguna gente que no entendía nada había intentado conducirlos a la reconciliación. Le decían que, por lo que sabían, su hijo era un hombre bueno e inteligente y tenía una profesión honorable, médico y todo lo demás. La mayoría de las que acudían a su puerta con aquel cuento eran mujeres, claro. Los hombres sí que sabían no pronunciarse sobre otro hombre al que no conocían de nada. Claro que estaba de acuerdo en que su hijo se había buscado una buena profesión y parecía hacerlo bien, pero si no llevaba a Dios en su corazón, eso no tenía la menor importancia.

Las hijas del frio Donde viven las historias. Descúbrelo ahora