Era la única visita que tenía intención de hacerle a Agnes. Ya no pensaba en ella como su madre, sólo como Agnes.
Acaba de cumplir dieciocho años y, sin mirar atrás, dejó su última casa de acogida. Ella no los añoraba y ellos a ella tampoco.
A lo largo de los años recibió muchas cartas. Largas cartas con olor a Agnes. No abrió ni una sola, pero tampoco las tiró. Estaban en un cofre, a la espera de ser leídas un día.
Y eso fue lo primero que Agnes preguntó:
-Darling, ¿leíste mis cartas?
Mary la observaba sin responder. Llevaba cuatro años sin verla y, antes de hablar, necesitaba aprenderse de nuevo sus rasgos.
La sorprendió lo poco que la cárcel parecía haberla transformado. Contra la vestimenta no podía hacer nada, así que los elegantes trajes y vestidos no eran más que un recuerdo, pero por lo demás se notaba que seguía cuidándose y cuidando su físico con la misma entrega que antes. El cabello recién arreglado, con la melena cardada según la moda, y el perfilador de ojos también a la moda, en un trazo grueso dividido en dos en la comisura. Las uñas largas, tal y como Mary las recordaba. Agnes tamborileaba con ellas sobre la mesa impaciente por oír la respuesta.
Pero Mary tardó aún unos minutos en contestar.
-No, no las leí. Y no me llames darling -le dijo volviendo a guardar silencio, llena de curiosidad ante su reacción.
Ya no le tenía miedo a aquella mujer. El monstruo que llevaba dentro fue devorando su temor a medida que iba creciendo el odio. Y tanto odio no dejaba espacio al miedo.
Agnes no dejó pasar aquella oportunidad tan perfecta para uno de sus accesos dramáticos.
-¿No las has leído? –gritó-. Yo aquí encerrada, mientras tú estás libre y te diviertes haciendo Dios sabe qué, y la única alegría que me queda es saber que mi querida hija lee las cartas que tantas horas dedico a escribir… Y tú no me has escrito una sola carta, ni una sola llamada telefónica ¡en cuatro años!
Agnes sollozaba chillona, aunque sin derramar una lágrima, por no arruinar la línea perfecta del perfilador de ojos.
-¿Por qué lo hiciste? -preguntó Mary quedamente.
Agnes dejó de lloriquear en el acto, sacó un cigarrillo y lo encendió con calma. Después de dar varias caladas, respondió con la misma calma espantosa:
-Porque me traicionó. Creyó que podía abandonarme.
-¿Y no pudiste simplemente dejarlo marchar?
Mary estaba inclinada hacia delante para no perderse una sola palabra. Se había hecho aquellas preguntas tantas veces… Ahora quería oír bien cada sílaba.
-A mí no me abandona nadie -repitió Agnes-. Hice lo que tenía que hacer -aseguró y, posando su fría mirada en Mary, añadió-: Tú lo sabes bien, ¿verdad?
Mary apartó los ojos. El monstruo que llevaba dentro se revolvía inquieto. Le dijo con brusquedad:
-Quiero que pongas a mi nombre la casa de Fjällbacka. Pienso mudarme allí.
Agnes pareció dispuesta a protestar, pero Mary se apresuró a añadir:
-Si quieres mantener algún contacto conmigo en el futuro, has de hacer lo que te pido. Si pones la casa a mi nombre, te prometo leer tus cartas y también te escribiré.
Agnes parecía dudar y Mary prosiguió.
-Soy lo único que te queda. Puede que no sea mucho, pero soy lo único que te queda.
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Las hijas del frio
HorrorUn terrible caso en que una mano secreta busca venganza desde un pasado lejano. La escritora Erica y su pareja el comisario Patrik acaban de tener una hija, y aún se están adaptando a los cambios en su hogar, cuando un pescador encuentra el cadáver...