Capitulo 19

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Los pequeños, ya de dos años de edad, alborotaban detrás de Agnes, que los mandó callar irritada. Jamás había visto niños tan traviesos. Seguro que se debía a tantas horas en casa de los Jansson, seguro que lo habían aprendido de sus mocosos, se decía Agnes optando por ignorar el hecho de que, prácticamente, fue la vecina quien crió a sus hijos desde que tenían seis meses. En cualquier caso, a partir de ahora iban a cambiar las cosas, puesto que se trasladaban al centro del pueblo. Agnes miró atrás satisfecha, sentada sobre los bultos de la mudanza. Deseaba con todas sus fuerzas no tener que volver a ver el miserable barracón. A partir de ahora, estaría algo más cerca de la existencia que se merecía y, al menos, sus días transcurrirían entre gente normal y tendría la oportunidad de ver algo más de vida y movimiento a su alrededor. Cierto que el edificio donde habían alquilado la vivienda no era para dar saltos de alegría, aunque las habitaciones eran más limpias y luminosas e incluso unos metros cuadrados más grandes que lo que les correspondía del barracón, pero al menos estaba en el centro de Fjällbacka. Podría salir del portal sin hundirse en el barro hasta los tobillos y tendría la oportunidad de cultivar amistades mucho más estimulantes que las simplonas de las mujeres de los picapedreros, que no hacían otra cosa que parir hijos. Por fin tendría ocasión de conocer gente con unas miras totalmente distintas. Ahora que pertenecía al grupo de mujeres de picapedreros que tanto despreciaba, prefería no pensar hasta qué punto ella resultaría interesante para esas personas o quizá estaba convencida de que no les pasaría inadvertido que ella era diferente.

-Johan, Karl, tranquilos. Quedaos quietos en el carro; de lo contrario, os vais a caer les dijo Anders volviéndose a medias hacia los pequeños.

Como de costumbre, Agnes pensaba que era demasiado blando con ellos. De haber sido por ella, tendría que haberles gritado mucho más alto e incluso haber acompañado su reprimenda de una bofetada. Pero sobre ese particular, el parecer de Anders era inquebrantable. Nadie ponía a sus hijos una mano encima. En una ocasión, la sorprendió dándole un azote a Johan, y fue tal el sermón que no le quedó valor para volver a hacerlo. En todo lo demás, podía conseguir que Anders se plegase a su voluntad, pero en lo relativo a Karl y Johan, él tenía la última palabra. Incluso los nombres de los pequeños fueron elección suya. Si eran buenos para reyes, también lo eran para sus hijos, le dijo. Agnes se rio burlona. Menuda idiotez. Pero a ella le importaba un bledo cómo se llamasen los niños, así que, si él quería decidir sus nombres, por ella, adelante.

Ante todo, sería un alivio verse libre de la impertinente de la mujer de Jansson. Claro que había resultado muy cómodo que se hiciese cargo de los niños por ella, cualquiera que fuese la razón por la que lo hizo, y además, voluntariamente; pero al mismo tiempo sus miradas de reproche sacaban de quicio a Agnes. ¡Como si ella fuese peor persona sólo porque no consideraba que limpiarles el culo a los niños constituyese su cometido en la vida!

No era posible llegar con el carro hasta la misma entrada del edificio, que se encontraba en una de las estrechas cuestas que daban al mar, de modo hubieran de cargar con sus escasas pertenencias el último tramo. Anders haría un par de viajes más para recoger sus desportillados muebles, pero Agnes fue a saludar al propietario del edificio, es decir, a su casero, antes de entrar en su nuevo hogar. Jamás pensó que dos pequeñas habitaciones en una casa diminuta se le antojarían un ascenso en la vida, pero comparada con la oscura barraca, su nueva vivienda le parecía un palacio.

Cruzó el umbral contoneándose con sus faldas y constató satisfecha que el anterior inquilino lo había dejado todo limpio y ordenado. Odiaba que hubiese suciedad a su alrededor, pero en el pequeño cuarto de la barraca no le parecía que tuviese sentido limpiar, y además, tampoco estaba muy dispuesta a ser ella la que se encargase de esa tarea. Pero si lograba insistir lo suficiente como para sacarle al tacaño de Anders un par de bonitas cortinas y una alfombra, la nueva casa podría quedar al menos aceptable.

Las hijas del frio Donde viven las historias. Descúbrelo ahora