En el preciso momento en que su padre entró por la puerta, a Agnes se le heló el corazón. Algo no iba bien. Algo no iba nada bien. August parecía haber envejecido veinte años desde que lo vio la última vez, hacía un rato, y comprendió enseguida que el doctor le habría dicho que estaba moribunda. Sólo una noticia de esa naturaleza podría haber alterado el semblante de su padre hasta aquel punto en un espacio tan breve de tiempo.
Se llevó la mano al corazón y se preparó para lo que creía que iba a oír.
Sin embargo, había algo que no encajaba del todo. El dolor que esperaba ver en los ojos de su padre brillaba por su ausencia y, en cambio, sí parecían ensombrecidos por la ira. Era muy extraño, como poco, que se encolerizase cuando ella estaba moribunda.
Pese a su escasa estatura, August se alzó amenazador junto a la cama y Agnes reaccionó instintivamente haciendo lo posible por parecer tan desvalida como pudo. Era lo que más efecto había surtido las pocas ocasiones en que su padre se había enfadado con ella. Sin embargo, no pareció funcionar esta vez y la inquietud inundó su pecho al comprobarlo. Entonces una idea cruzó su mente, pero era tan inverosímil y tan horrenda que la desechó en el acto.
No obstante, aquella idea la acosaba implacable. Y al ver que los labios de su padre temblaban cuando intentaba hablar, pero que estaba demasiado furioso y que sus cuerdas vocales no eran capaces de emitir ningún sonido, comprendió con horror que no sólo no era imposible, sino incluso probable.
Poco a poco, fue hundiéndose más y más bajo la manta y, cuando la mano de su padre se estrelló de pronto contra su mejilla con tal fuerza que sintió enseguida el escozor de un dolor inesperado, su temor se convirtió en certeza.
-Tú, tú… -tartamudeó August buscando desesperado las palabras que querían salir de su boca-. Tú, so zorra… ¿Quién? ¿Qué…? continuó balbuciendo.
Ella, desde su posición de rana, lo miraba tragando saliva una y otra vez para poder articular. Jamás antes había visto así al bonachón de su padre, en aquel estado, y en verdad que era una visión terrorífica.
Por otro lado, Agnes sintió que el desconcierto la embargaba mezclándose con el miedo. ¿Cómo pudo ser? Habían tomado todas las precauciones a su alcance, siempre habían parado a tiempo y jamás, ni en sueños, se había imaginado que podía caer en semejante desgracia. Claro que había oído hablar de otras muchachas que se quedaron embarazadas por accidente, pero siempre desdeñó esas historias pensando que no habían tenido cuidado y habían permitido que el hombre fuese más lejos de lo que debía.
Y allí estaba ella ahora. Sus pensamientos vagaban febrilmente en busca de una solución. Las cosas siempre le habían ido bien. Y también logaría resolver aquello. Tenía que conseguir que su padre la comprendiera, como siempre que se metía en un lío. Claro que nunca se habían complicado las cosas de un modo tan terminante, pero a lo largo de toda su vida, él siempre la había librado de las consecuencias facilitándole el camino. Y así sería también en esta ocasión. Una vez superada la primera impresión, sintió que recobraba la tranquilidad. Por supuesto que aquello se arreglaría. Su padre estaría enojado un tiempo y tendría que aguantarlo, pero le ayudaría a salir de aquélla. Había lugares a los que acudir para resolver esas cosas, era cuestión de dinero y, en ese sentido, ella era muy afortunada.
Satisfecha de haber pergeñado un plan, abrió la boca dispuesta a trabajarse a su padre, pero sus palabras no llegaron a ver la luz, pues la mano de August volvió a aterrizar en su mejilla con un estallido. Agnes lo miró incrédula. Jamás imaginó que sería capaz de ponerle la mano encima, y ya era la segunda vez en pocos minutos. Lo injusto de aquel trato encendió su ira, de modo que se incorporó rauda y volvió a abrir la boca para intentar explicarse. ¡Zas! La tercera bofetada fue a dar en su ya maltrecha mejilla, haciendo aflorar a sus ojos lágrimas de ira. ¿Qué pretendía tratándola así? Con resignación, Agnes volvió a acomodarse sobre los almohadones, mirando desconcertada y colérica a su padre, al que creía conocer tan bien. Sin embargo, el hombre que tenía ante sí resultaba un extraño para ella.
ESTÁS LEYENDO
Las hijas del frio
HorrorUn terrible caso en que una mano secreta busca venganza desde un pasado lejano. La escritora Erica y su pareja el comisario Patrik acaban de tener una hija, y aún se están adaptando a los cambios en su hogar, cuando un pescador encuentra el cadáver...