Anders acababa de concluir el trabajo con la piedra para el pedestal de la estatua cuando el capataz lo llamó, haciéndolo salir de la cantera. Lanzó un suspiro y frunció el ceño; le disgustaba que perturbasen su concentración. Pero como de costumbre, no había más que obedecer. Dejó las herramientas en la caja que tenía junto al bloque de granito y fue a ver qué se le ofrecía al capataz.
El hombre, que era bastante grueso, se enrollaba el bigote entre los dedos con palpable nerviosismo.
-¿Qué has organizado ahora, Andersson? -le preguntó medio en broma, medio preocupado
-¿Yo? ¿Qué he hecho? -respondió Anders mirando desconcertado al capataz mientras se quitaba los guantes de trabajo.
-Han llamado de la oficina: que vayas inmediatamente.
«Joder», exclamó Anders para sus adentros. ¿Querrían cambiar la estatua ahora, en el último minuto? Estos arquitectos, «artistas» o como quisieran llamarse no tenían ni idea del jaleo que armaban cuando, sentados en su despacho, cambiaban los bocetos y luego esperaban que el picapedrero adaptase la piedra a sus modificaciones con la misma facilidad. No comprendían que ya desde el principio decidía la dirección de los cortes y se amoldaba a los lugares en que podía martillear sin romper la mole, todo ello a partir del primer juego de planos. Una modificación en los bocetos alteraba por completo su punto de partida y, en el peor de los casos, podía hacer que la piedra se quebrase y que todo el trabajo hubiese sido en vano.
Pero Anders sabía igualmente que no valía la pena protestar. Mandaba quien hacía el encargo, y él no era más que un esclavo anónimo del que se esperaba que realizase todo el duro trabajo que el diseñador de la obra no sabía o no tenía ganas de hacer.
-Bueno, pues iré a ver lo que quieren -dijo Anders dejando escapar un suspiro.
-No tiene por qué tratarse de ningún cambio profundo -lo consoló el capataz, que sabía perfectamente lo que Anders se temía y, para variar, demostró algo de empatía.
-Sí, bueno, el que esté vivo lo verá -respondió Anders antes de marcharse cariacontecido.
Poco después, llamó a la puerta de la oficina y entró. Se limpió los zapatos tan bien como pudo, aunque comprendió que no merecía mucho la pena puesto que llevaba la ropa llena de polvo y lascas de piedra, y las manos y la cara estaban sucias. Pero debía acudir de inmediato, así que tendrían que recibirlo tal y como iba, se consoló, y siguió al hombre que le mostró el camino hacia la oficina del director.
Una rápida ojeada a la estancia hizo que se le encogiese el corazón.
En efecto, comprendió en el acto que aquello nada tenía que ver con la estatua, sino que allí se iba a ventilar una cuestión mucho más seria.
Sólo había tres personas. El director, sentado tras su mesa, cuya persona irradiaba una furia contenida. En un rincón se hallaba Agnes con la vista clavada en el suelo. Y ante la mesa, una persona totalmente desconocida para Anders que lo observaba con mal disimulada curiosidad.
Sin saber a ciencia cierta cómo comportarse, Anders se adelantó un poco y se colocó en una posición muy próxima a la de firmes. Fuera lo que fuese lo que le aguardaba, lo aceptaría como un hombre. Habrían llegado a aquel punto tarde o temprano, aunque él hubiese preferido elegir el momento personalmente.
Buscó la mirada de Agnes, pero ella se negaba a alzar la vista y seguía concentrada en sus zapatos. Anders sufría por ella, pero, después de todo, se tenían el uno al otro y, una vez superado el fragor inicial de la tormenta, podrían empezar a construir su vida juntos.
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Las hijas del frio
HorrorUn terrible caso en que una mano secreta busca venganza desde un pasado lejano. La escritora Erica y su pareja el comisario Patrik acaban de tener una hija, y aún se están adaptando a los cambios en su hogar, cuando un pescador encuentra el cadáver...