Resultó un otoño extraño. Jamás se había sentido tan exhausto, pero tampoco tan lleno de energía. Era como si ella le infundiese ánimos, y Anders se preguntaba en ocasiones cómo había logrado que su cuerpo funcionase antes de que ella apareciese en su vida.
A partir de aquella primera noche en la que Agnes se armó de valor para presentarse ante su ventana, su existencia cambió por completo. El sol empezaba a brillar cuando ella llegaba y se apagaba cuando se separaban. El primer mes sólo intentaron tímidos acercamientos. Ella era tan recatada, tan retraída, que aún lo llenaba de asombro que se hubiese atrevido a dar el primer paso. Aquella audacia era tan ajena a su personalidad que le enternecía pensar que Agnes se hubiese apartado hasta tal punto de sus principios sólo por él.
Al principio tuvo sus dudas, lo admitía. Avistaba los problemas en el horizonte y sólo pudo ver lo imposible de toda aquella historia, pero era tan fuerte su sentimiento que, sin saber cómo, había logrado convencerse a sí mismo de que al final todo se arreglaría. Y ella se mostraba tan llena de confianza… Cuando apoyaba la cabeza en su hombro y posaba su frágil mano en la de él, se sentía capaz de mover montañas por ella.
No tenían muchas oportunidades de verse. Él no llegaba a casa de la cantera hasta muy tarde y debía levantarse muy temprano por la mañana para volver al trabajo, pero ella siempre encontraba una solución, y él la adoraba por ello. Daban largos y numerosos paseos por las afueras del pueblo, al abrigo de la oscuridad y, pese al crudo frío otoñal, siempre encontraban algún lugar seco en el que sentarse a besarse. Cuando por fin sus manos se atrevieron a buscar bajo la ropa, ya estaba mediado noviembre y él sabía que habían llegado a una encrucijada.
Sacó a relucir el tema del futuro con cautela. No quería que ella cayese en desgracia, la amaba demasiado; pero al mismo tiempo era como si todo su cuerpo le gritase que eligiese el camino que condujera a la unión de ambos. Pero ella interrumpía con un beso sus intentos de hablar de aquella angustia.
-No hablemos de eso -le dijo besándolo otra vez-. Mañana por la noche, cuando vaya a verte, no salgas: déjame entrar.
-Pero… ¿y si la viuda…? -le advirtió él antes de que ella volviese a interrumpirlo con otro beso.
-Shhh. Vamos a guardar silencio – recomendó-, como dos ratones. -Le acarició la mejilla, antes de proseguir: -Dos ratoncitos callados que se aman.
-Pero imagínate que… -insistía él inquieto y exaltado a un tiempo.
-No imagines tanto -le replicó ella sonriente-. Vivamos el momento. Quién sabe, mañana podríamos estar muertos.
-¡Uf, no digas eso! -contestó Anders abrazándola con todas sus fuerzas.
-Y Agnes tenía razón. Él pensaba demasiado
-Bueno, mejor será acabar con esto de una vez -aseguró Patrik con un suspiro.
-No comprendo de qué iba a servir -masculló Ernst-. Lilian y Kaj llevan enfrentados desde siempre, pero me cuesta creer que ese hombre matase a una niña por ese motivo.
Patrik se sorprendió.
-Oye, parece que los conoces, ¿no? Y la misma impresión tuve antes, cuando vimos a Lilian.
-Sólo conozco a Kaj -explicó Ernst de mala gana-. Un grupo de muchachos nos reunimos para jugar a las cartas de vez en cuando.
Un ceño de preocupación se formó en la frente de Patrik.
-¿Algo que deba inquietarme? Si he de ser sincero, no estoy seguro de que debas participar en la investigación, dadas las circunstancias.
-¡Tonterías! -respondió Ernst con acritud-. Si no pudiéramos trabajar en un caso por cuestiones de parcialidad, sería imposible investigar un pimiento en este pueblo. Todo el mundo se conoce, lo sabes tan bien como yo. Y que sepas que sé distinguir entre el trabajo y la vida privada.
ESTÁS LEYENDO
Las hijas del frio
HororUn terrible caso en que una mano secreta busca venganza desde un pasado lejano. La escritora Erica y su pareja el comisario Patrik acaban de tener una hija, y aún se están adaptando a los cambios en su hogar, cuando un pescador encuentra el cadáver...