Capitulo 28

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Aquella niña no tenía remedio. Agnes suspiraba para sus adentros. Tantas esperanzas como había puesto en ella, tantos sueños. Cuando era pequeña era tan linda… Y al tener el cabello oscuro, bien podían tomarla por su hija. Agnes decidió llamarla Mary. Por un lado, les recordaría a todos su viaje a los Estados Unidos y el estatus que confería el haber estado en el extranjero. Por otro, era un nombre precioso para una niña adorable.

Pero transcurridos un par de años, algo cambió. Empezó a engordar por todas partes y la grasa se extendía como una manta sobre sus bellos rasgos. Agnes lo encontraba repugnante. Ya a la edad de cuatro años, le temblaban los muslos y le colgaban las mejillas como a un San Bernardo, pero por ningún medio conseguía que dejase de comer. Y vaya si Agnes lo había intentado; nada funcionaba. Escondía la comida y le puso cerraduras a la despensa, pero Mary husmeaba como una rata en busca de algo que llevarse a la boca y ahora, con diez años cumplidos, era una montaña sebosa. Las horas que le hacía pasar en el sótano no parecían disuadirla en absoluto Al contrario, siempre salía más hambrienta que nunca.

Para Agnes era sencillamente incomprensible. Ella siempre le había concedido muchísima importancia a su aspecto, sobre todo porque le permitía conseguir las cosas que quería. El que alguien se estropease conscientemente de ese modo, de forma voluntaria, era algo que escapaba a su entendimiento.

A veces lamentaba su idea de llevarse a la niña del muelle de Nueva York. Pero sólo parcialmente. De hecho, había funcionado tal y como ella lo planeó. Nadie pudo resistirse a la imagen de la rica viuda y su adorable pequeña, y no tardó más de tres meses en encontrar al hombre destinado a procurarle el estilo de vida que ella merecía. Åke había ido a Fjällbacka para pasar una semana de vacaciones en el mes de julio, pero Agnes lo atrapó con tal eficacia que, dos meses después de conocerla, le propuso matrimonio. Ella aceptó con elegante arrobo y timidez, y tras una sencilla ceremonia, se trasladó con su hija a Gotemburgo, donde Åke poseía un gran apartamento en Vasagatan. Agnes volvió a poner en alquiler la casa de Fjällbacka y suspiró aliviada al verse libre del aislamiento que le habían impuesto los meses transcurridos en el pueblo. Tampoco le agradaba mucho el empeño de la gente en recordar. Pese a haber pasado tantos años, Anders y los niños seguían vivos en la memoria de los lugareños y Agnes no se explicaba qué los movía a andar siempre hablando de lo sucedido. Una señora incluso tuvo la desfachatez de preguntarle cómo era capaz de vivir en el mismo lugar en que había fallecido toda su familia. A aquellas alturas ya había pescado a Åke, así que se permitió el lujo de ignorar el comentario y darse media vuelta. Seguro que la gente hablaría de ello, pero ya no le importaba lo más mínimo. Había alcanzado su objetivo.

Åke tenía un alto puesto en una compañía de seguros y le ofrecería una vida cómoda. Cierto que no parecía muy proclive a relacionarse en sociedad, pero ya se encargaría ella de cambiarlo. Después de tantos años, Agnes añoraba convertirse en el centro de atención de la fiesta. Habría baile, champán, hermosos vestidos y joyas, y nadie volvería a arrebatarle nunca esos placeres. De forma metódica y eficaz, fue borrando los recuerdos de su pasado hasta el punto de que por lo general sólo los notaba como un sueño lejano e incómodo.

Pero una vez más la vida le jugó una mala pasada. Las fiestas fueron pocas y no podía decir que nadase en joyas. Åke resultó ser bastante tacaño y Agnes tenía que luchar por cada céntimo. Además, mostró una decepción más que antiestética cuando, seis meses después de la boda, recibieron un telegrama con la noticia de que la fortuna que había heredado de su adinerado y difunto marido se había esfumado en una mala inversión del administrador elegido por ella. Ni que decir tiene que aquel telegrama se lo envió Agnes a sí misma, pero se sentía muy orgullosa de la representación teatral que puso en marcha cuando llegó la noticia y que incluyó un dramático desmayo final. No había contado con que Åke reaccionase como lo hizo, lo que la llevó a pensar que su supuesta riqueza pesó más de lo que ella creía a la hora de pedir su mano. Pero lo hecho, hecho estaba por lo que se refería a ambos, y ahora intentaban soportarse el uno al otro de la mejor manera.

Las hijas del frio Donde viven las historias. Descúbrelo ahora