La decepción la devoraba por dentro. Nada había salido según sus proyectos. No sólo ya no tenía a Åke, sino que, además, ni siquiera disfrutaba de los escasos ratos de confianza y ternura por parte de su madre. Antes al contrario, apenas la veía, ya fuera porque iba a salir para ver a Per Erik o porque iba a alguna fiesta. Además, su madre parecía haber abandonado todo interés por controlar su silueta y ahora podía comer a placer de cuanto había en casa, con lo que su anterior exceso de peso se disparó aumentando sin remedio. A veces, cuando se miraba en el espejo, sólo vela al monstruo que tanto tiempo llevaba creciendo en su interior. Un monstruo voraz, seboso, asqueroso, siempre envuelto en un asfixiante olor a sudor. Su madre ni siquiera se molestaba en disimular la repugnancia que le suscitaba y, en una ocasión, llegó a taparse la nariz abiertamente al pasar delante de ella. Aún sentía la herida de la humillación.
No era eso lo que le había prometido. Per Erik sería mucho mejor padre que Åke, su madre sería feliz y por fin podrían vivir como una verdadera familia. El monstruo desaparecería y ella no tendría que volver al sótano ni a paladear en su boca ese odioso regusto seco, vomitivo, polvoriento.
Traicionada, así se sentía. Traicionada. Intentó preguntarle a su madre cuándo se cumplirían sus promesas, pero ella le respondía con airadas evasivas. Si insistía, la encerraba en el sótano después de alimentarla con un poco de Humildad. Ella sollozaba amargamente un llanto hecho de más decepción de la que era capaz de administrar.
Allí sentada en la penumbra, sentía crecer al monstruo. A él le gustaba el sabor reseco de su boca. El monstruo se alimentaba y crecía complacido.
La puerta se cerró pesadamente a su espalda. Con paso cansino, Patrik entró en el vestíbulo y se quitó la cazadora, que dejó caer al suelo. Estaba demasiado agotado para agacharse a recogerla y colgarla.
-¿Qué ha pasado? -preguntó Erica inquieta desde la sala de estar-. ¿Has averiguado algo más?
Al ver la expresión de Erica, sintió un punto de remordimiento por no haberse quedado en casa con ella y con Maja. Se dijo que debía de tener un aspecto ruinoso. Claro que llamó de vez en cuando durante el día, pero el caos reinante en la comisaría después de lo ocurrido impregnó las conversaciones, que fueron breves y dominadas por el estrés. En cuanto Erica le aseguraba que en casa todo iba bien, le colgaba casi sin más.
Se acercó despacio a ella, que, como de costumbre, estaba sentada medio a oscuras, viendo la tele con Maja en brazos.
-Perdona que haya sido tan brusco al teléfono -le dijo pasándose las manos por la cara con gesto exhausto.
-¿Ha pasado algo?
Patrik se desplomó en el sofá, incapaz de responder.
-Sí -dijo al cabo de un rato-. A Ernst se le ocurrió, por iniciativa propia, llevarse a Morgan Wiberg para interrogarlo. Y consiguió estresar al pobre muchacho hasta tal punto que se escapó por una ventana y echó a correr hacia la carretera. Un coche lo atropello.
-¡Qué espanto! -exclamó Erica-¿Y qué le ha pasado?
-Ha muerto.
Erica se quedó sin respiración. Maja, que estaba dormida, lloriqueó un poco, pero enseguida volvió a recobrar la calma del sueño.
-Ha sido tan jodido que no puedes ni imaginártelo -continuó Patrik con la cabeza apoyada en el respaldo y la mirada clavada en el techo-. Aún estaba tendido en la carretera cuando apareció Monica y lo vio. Llegó corriendo a su lado antes de que pudiéramos detenerla, le cogió la cabeza y empezó a mecerlo y a aullar de un modo casi animal. Tuvimos que arrancarla de allí literalmente. ¡Qué mierda, qué cosa más espantosa!
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Las hijas del frio
HorrorUn terrible caso en que una mano secreta busca venganza desde un pasado lejano. La escritora Erica y su pareja el comisario Patrik acaban de tener una hija, y aún se están adaptando a los cambios en su hogar, cuando un pescador encuentra el cadáver...