El parto fue peor de lo que nunca habría imaginado. Pasó casi dos días sufriendo y estuvo a punto de tirarse en plancha desesperada hasta que el propio doctor se tumbó sobre su barriga e hizo nacer al mundo al primero de los bebés. Porque eran dos. El segundo niño salió enseguida detrás del otro y, antes de lavarlos y envolverlos en sus mantas, se los enseñaron ufanos a la madre. Pero Agnes volvió la cabeza. No quería ver a aquellos seres que habían destrozado su vida y que a punto estuvieron de liquidarla. Por lo que a ella se refería, podían regalarlos, tirarlos al río o hacer lo que quisieran. Sus vocecillas chillonas le rompían los tímpanos y, después de haberse visto obligada a escucharlas un buen rato, se tapó los oídos y le vociferó a la mujer que los tenía en brazos que se los llevase lejos. La enfermera obedeció espantada y Agnes oyó que empezaban a murmurar a su alrededor. Pero ya se alejaba el llanto de los niños y lo único que ella quería era dormir; dormir durante cien años y que la despertase el beso de un príncipe que la llevase lejos de aquel infierno y de los dos monstruos exigentes que habían salido a la fuerza de su cuerpo.
Cuando despertó, creyó que su sueño se había cumplido. A su lado había una larga figura que se inclinaba sobre ella en las sombras y, por un instante, creyó ver al príncipe al que esperaba. Pero enseguida se le vino encima la realidad, pues vio la burda cara de Anders. La asqueó lo amoroso de su expresión. ¿Acaso creía que las cosas iban a cambiar entre ellos sólo porque le había dado dos hijos? Por ella, podía quedárselos y devolverle su libertad. Durante un instante, la idea le animó el corazón. Ya no estaba gorda e informe ni embarazada. Si lo deseaba, podía marcharse y volver a la vida que se merecía y a la que pertenecía. Pero enseguida comprendió que era imposible. Descartada la opción de volver a casa de su padre, ¿adónde iría? No tenía dinero ni posibilidad de ganarlo, salvo vendiéndose como prostituta y, en comparación, hasta la vida que ahora tenía se le antojaba mejor. Al comprender lo irremediable de su situación, volvió la cabeza y se echó a llorar. Anders le acariciaba el cabello despacio y, si hubiese tenido fuerzas, ella habría levantado los brazos para apartar sus manos.
-Son tan hermosos, Agnes. Son perfectos -dijo con voz trémula por la emoción.
Ella no respondió. Se quedó mirando la pared, aislándose del mundo. Si alguien pudiese venir a llevársela de allí…
Sara seguía sin volver. Mamá le había explicado que no lo haría, pero ella pensó que eran cosas de su madre. ¿Por qué iba a desaparecer Sara así como así? Si eso era verdad, pensó Frida, se arrepentía de no haber sido más amable. No tendría que haberse peleado con ella cuando le quitó los juguetes, tendría que habérselos dejado. Ahora tal vez fuese demasiado tarde.
Se acercó a la ventana y miró al cielo otra vez. Estaba gris y parecía sucio, y, desde luego, Sara no estaría nada a gusto allí.
Luego estaba lo del señor aquel. Claro, le había prometido a Sara que no diría nada, pero de todos modos… Mamá insistía en que siempre había que decir la verdad, y dejar de contar algo era casi como mentir, ¿no?
Frida se sentó delante de su casa de muñecas. Era su juguete favorito. Antes la había tenido su madre, de niña, y ahora la tenía ella. Le costaba imaginar que su madre hubiese tenido su misma edad alguna vez. Mamá era así, adulta.
La casa de muñecas era claramente de los años setenta. Una casa de ladrillo, de dos plantas, decorada en marrón y naranja. Los muebles eran los mismos que tenía su madre. A Frida le parecían preciosos, pero era una pena que no hubiese más cosas rosas y azules. El azul era su color favorito y el rosa el de Sara. A Frida le parecía extraño. Todo el mundo sabía que el rojo y el rosa no combinaban y Sara tenía el pelo rojo, así que no habría debido gustarle el rosa. Pero a ella le gustaba de todos modos. Siempre hacía lo mismo; siempre tenía que hacer lo contrario, vamos.
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Las hijas del frio
HorrorUn terrible caso en que una mano secreta busca venganza desde un pasado lejano. La escritora Erica y su pareja el comisario Patrik acaban de tener una hija, y aún se están adaptando a los cambios en su hogar, cuando un pescador encuentra el cadáver...