T R E I N T A

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Los días pasaron en un completo martirio hasta que se convirtieron en semanas. Dos semanas alimentándome solo con sangre coagulada. Dos semanas en las cuales, todo lo que entraba por mi boca salía horas más tarde entre ácidos gástricos, lágrimas y arcadas que me hacían perder el conocimiento.

Ahora me encuentro recostada sobre el cuerpo de Sam, quien ha cuidado de mí sin emitir queja alguna, estoy sobre su regazo, con mi espalda contra su torso, y él nos mece de adelante hacia atrás, tratando de calmar las terribles náuseas que azotan mi cuerpo, pues llegué hace cinco minutos tras mi ración diaria de coágulos.

—Que paren, Sam, por favor. Haz que paren. —Sollozo, apretando con mi mano la escasa piel que rodea mi estómago ante la atroz sensación. —No creo poder resistirlo más.

—Eres fuerte, Lydia, puedes resistir esto y más. —Con un trozo de tela, proveniente del saco cortado por sus uñas, limpia el sudor que empapa mi rostro, tiemblo violentamente ante un escalofrío y corro hacia el cubo de madera, llego justo a tiempo para no ensuciar nuestra prisión. —Lydia, trata de controlarte, puedo sentir tus costillas entre mis dedos. Debes dejar de vomitarlo todo.

Sigo vomitando, el olor del vómito provoca que mis náuseas se incrementen y pronto estoy vomitando por segunda vez, solo que es solo bilis, mi tráquea arde al igual que mi estómago y varios puntos negros se instalan en mi visión, parpadeo y caigo sobre mi costado, sin fuerza alguna para detener mi caída. Gimo cuando mi cabeza se estrella contra el concreto y chispas de colores bailan tras mis párpados, al tiempo que algo húmedo y caliente resbala por mi nuca.

—Mierda, mierda. —Siento a su mano colarse hacia el lugar herido, un cosquilleo recorre mi cuerpo pero la sangre sigue brotando de su herida, entonces lo comprendo. Está tan débil que no puede sanarme. —No cierres los ojos, Lydia. ¡Ayuda! —Intento acatar su pedido, sin embargo, estoy tan agotada, física y mentalmente, que no consigo hacerlo. —Maldición, no.

Lanzo un último suspiro antes de quedar inconsciente, escuchando a lo lejos el sonido de pasos, pesados y apresurados, venir hacia mi encuentro. No siento cuando me toman en brazos, ni cuando me transportan a otro lado. Solo siento paz momentánea.

.....

Marcus y yo nos observamos fijamente, me encuentro recostada en su cama, dentro de sus aposentos, y él se limita a observarme, la molestia y la irritación se denotan en su expresión. No le agrada cuidar de mí. Pues que se joda, a mí tampoco me agrada estar en esta situación y no voy con esa expresión de perro rabioso todo el tiempo.

De pronto, Daryl interrumpe nuestro duelo de miradas entrando de improvisto a la habitación, portando entre sus enormes manos una bandeja llena a rebosar de comida, detrás de él viene Sam, utilizando los mismos grilletes que yo. Me lanza una mirada de preocupación, acercándose a los pies de la cama tanto como se lo permiten Marcus y Daryl. Nuestros malditos dueños.

Por ahora.

—Tu perro guardián quería asegurarse de que estuvieras bien, y que te alimentáramos de forma correcta, por lo que tendrás un incómodo espectador mientras te alimento. —Daryl se instala a mi lado y deja la bandeja en su regazo, cierro los ojos con fuerza ante el olor de la sangre. —Primero lo primero, un rico batido de sangre O+ y moras.

—No, sangre no, por favor. —Suplico, sintiendo las conocidas náuseas comenzar a nacer en mi estómago. —Lo que quieran menos eso.

—La necesitas. Estás débil y mal pasada, y te necesitamos en condiciones manejables para lo que vamos a hacerte. —Miro con rapidez a Marcus y vuelvo a negar, cerrando firmemente los labios. —Lástima, muñeca, porque no te estaba preguntando. —Le hace una seña a Daryl y, antes de que pueda impedirlo, pone el borde del vaso con el batido dentro en mis labios, introduce una cantidad considerable y me obliga a tragar.

Luz de lunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora