S E S E N T A y U N O

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En las calles corren riachuelos de sangre entre intersecciones cuando llegamos. No hay cadáveres a la vista, pero la podredumbre de la muerte junto al hedor de la sangre llega hasta mi sentido del olfato, por muy poco desarrollado que ahora esté.

Alena lanza un tierno estornudo antes de sollozar. Parece que no soy la única a la que le molesta esta peste.

—Viví toda mi vida aquí. —Murmuro, meciendo a mi hija para tranquilizarla. —Y ahora es un pueblo fantasma con ríos de sangre como calles. —Mi voz se quiebra ligeramente antes de admitir lo que pasó por mi mente en cuanto llegamos, seis minutos atrás. —Ellos tenían razón, estoy maldita.

—No empieces, McCoffin. —Me riñe Jameson y prácticamente me arrebata a mi bebé de los brazos. —Ven, cosita hermosa, ven con tu tío favorito.

—Sigue soñando, yo soy su tío favorito. —Ataca mi primo y ambos se enzarzan en una estúpida pelea sobre quién es el tío favorito mientras se la arrebatan mutuamente de las manos. Ella se limita a reír, encantada con el juego.

— ¿Podrían dejar de comportarse como un par de mocosos y mostrar el mínimo respeto hacia las personas que han perdido la vida aquí, por favor?—Cuestiono, molesta, y regreso a mi hija a mis brazos, donde se acurruca contra mi pecho.

Doy un paso dentro del pueblo, pues nos habíamos mantenido a las afueras de las calles mientras observábamos el horror que la masacre había dejado detrás suyo, y todo comienza a girar a nuestro alrededor.

En menos de cinco segundos paso de tener los tenis empapados de sangre a estar en la oscuridad absoluta. Alena lanza un chillido aterrorizado en mis brazos.

—Pero, ¿qué mierda...?—Comienzo a decir, una potente voz, proveniente de la oscuridad, me interrumpe. Y se hace la luz, o algo parecido.

—Ah, ah, ah. Nada de malas palabras frente a la Destructora de mundos. —Un hombre gigantesco camina hacia nosotras a paso lento y despreocupado, su rostro se encuentra oculto tras un velo de tonalidades oscuras mientras un halo de luz, despedida de su cuerpo, lo ilumina a él y a las dimensiones a su alrededor de manera tenue.

—No vuelvas a llamarla así. —Ordeno en un gruñido tras salir de mi asombro por su monstruosa altura y aferro con mayor fervor el cuerpecito de Alena contra mi pecho. Ella no realiza protesta alguna. — ¿Quién eres tú? ¿Y a dónde nos has traído?

—Qué descortés de mi parte el no haberme presentado antes, mis disculpas. —Hace una reverencia inclinando solo la cabeza y poniendo una mano en su abdomen, burlón. Se incorpora al tiempo que se quita el velo del rostro, ahogo un grito. —Respondo al nombre de Lunollem, Dios del lado Oscuro de la Luna y padre y Señor de los Koodav. —Sus ojos negros me dirigen una mirada cargada de diversión, trago con fuerza.

Lena tiene un par de ojos exactamente iguales a los suyos.

—No respondiste qué es lo que estamos haciendo aquí.

—Distraer tu atención mientras mis siervos atacan y se llevan el cuerpo de la Destructora de mundos. —Y como para enfatizar sus palabras mi hija lanza un chillido de protesta antes de esfumarse de mis brazos. Palidezco y trato de salir de donde sea que me encuentro, sin éxito alguno.

Vuelvo a mi realidad cuando algo colapsa sobre mí, con una siniestra carcajada proveniente de Lunollem resonando en mi cabeza hasta que recupero la movilidad de mi cuerpo de manera parcial. Trato de levantarme de donde me encuentro tendida y es ahí cuando noto que los escombros del único supermercado de Chester Falle me apresa de las costillas para abajo. Largo un alarido de dolor cuando hago un movimiento para tratar de salir de ahí y noto que mis costillas están rotas, cada una de ellas.

Tenso la mandíbula y llevo la mirada sobre mi cabeza, tratando de encontrar quién es quien tiene a mi pequeña y dónde se encuentran, sin embargo, lo único que alcanzo a ver es a una horda de Koodav y algunos licántropos acabando con mi manada con furia y regocijo. Grito desde lo más profundo de mi ser cuando la daga de una Koodav sale por la espalda de Tanner, siendo su entrada el centro de su abdomen.

Ignorando el dolor que mis costillas fracturadas suponen, trato una vez más de escapar de mi prisión de escombros y metal. Lo único que consigo es que una de mis costillas atraviese mi pulmón y lo perfore, lo siento con tanta claridad que lanzo otro grito entre cortado mientras dicho órgano comienza a colapsar y llenarse de sangre. Una vez más estoy al borde de la muerte, qué suerte la mía.

Un grito perteneciente a mi bebé me alerta de que están llevándosela, el pánico nubla todo el dolor que mi cuerpo está experimentando y lucho con mayor ahínco para salir, abriendo heridas nuevas en mis antebrazos y levantando polvo a mi alrededor. Mi fuerza humana es nula, y mi vitalidad está abandonando mi cuerpo con rapidez debido a las heridas mortales que presento. Van a llevársela y no puedo hacer nada para impedirlo. Esta vez no.

Los ojos se me llenan de lágrimas y sollozo con violencia, convencida de que será la última vez que veré a mi hija, al menos con vida. Cada vez se alejan más de donde me encuentro, tanto que apenas distingo su sombra que se hace cada vez más pequeña conforme ganan terreno. Busco con desesperación ayuda en mi última esperanza y lo que encuentro la extingue aún más. Dejo que las lágrimas rueden por mis ojos y grito, desgarro mis cuerdas vocales en el lastimero grito que sale de mis labios.

Cierro los ojos y grito mucho más, mi cuerpo se tensa y pronto lo siento cambiar mientras la tierra tiembla de manera violenta. Abro los ojos de golpe y pateo con ambas piernas los escombros sobre ellas, estos salen despedidos en una explosión que alcanza solo a nuestros enemigos. Y soy libre. Me incorporo con celeridad y lanzo otro grito más potente que el anterior, pero diferente. Es parte del llanto de una Vadook.

Mi llanto viaja entre la pequeña batalla ante mí, pulverizando a todo enemigo que alcanza, sanando a mi manada en el proceso, y arremete contra la espalda de quien se llevaba a mi hija. Su cuerpo estalla en lo que parecen ser cenizas y mi hija queda suspendida en el aire, corro hacia ella, llegando en menos de un parpadeo y mi llanto incrementa cuando vuelvo a tenerla entre mi brazos. Ella me escruta con adoración, llevando una mano, manchada de la sangre de la criatura que se la llevaba, a la boca, donde la chupa con gusto.

Mis cadenas tintinean cuando me giro y regreso a lo que queda de la batalla, mi manada entera me observa con admiración y algo de temor. Les sonrío abiertamente, achicando mis ojos nublados que se ocultan detrás del velo, y las calles y aceras del pueblo tiemblan nuevamente, abriendo grietas y drenando toda la sangre que antes corría por ellas.

—Volvimos al juego, caballeros. —Informo, extasiada, con mi voz gutural de regreso y me giro hacia la única Koodav que permití que sobreviviera de mi llanto. Ella me observa con absoluto terror. —Es hora de mover ficha.



 —Es hora de mover ficha

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