T R E S

4.4K 576 45
                                    

— ¿Estás sola, cariño?—Pregunta el alguacil con lentitud, asiento mordiéndome el labio inferior, él suspira. —Lo temía. —Vuelve a mirarme. —Tendrás que acompañarme.

— ¿P-para qué?—Murmuro, temiendo sus palabras.

—Tendrás que reconocer un cuerpo. —Sus palabras hacen estragos en mis nervios, por lo que pronto estoy en medio de un ataque de pánico que me cierra la tráquea, impidiéndome respirar, mientras puntos negros comienzan a invadir mi visión conforme el oxígeno escasea en mis pulmones, el alguacil se apresura a intentar hacerme reaccionar, pero no lo logra.

Golpeo mi propio pecho con un puño, desesperada, mientras siento mi cabeza pesar, al tiempo que mi cuerpo comienza a adormecerse, me estremezco y caigo en los brazos del alguacil, quien, luego de pedir ayuda, o consejo, por su radio, me da una bofetada con la fuerza suficiente para hacerme reaccionar, casi al instante mis pulmones vuelven a tener el material suficiente para hacer su trabajo, jadeo en brazos del hombre mientras él me sostiene contra su pecho, acariciando mi cabello en un intento de tranquilizarme, cosa que no está logrando en absoluto.

— ¿Estás mejor? —Inquiere con un dejo de preocupación, asiento con lentitud y él me ayuda a caminar hasta su auto, donde me deja en el asiento del acompañante antes de tomar su lugar y comenzar a conducir. —Iremos a la escena del crimen, pero antes te llevaré por algo dulce, estás demasiado pálida.

— ¿Por qué dulce? —Susurro, él me da una fugaz sonrisa.

—Porque el dulce hace mejor la vida. —Asiento ante esa respuesta y muerdo mi lengua cuando un comentario sarcástico y afilado pugna por ser pronunciado.

Veinte minutos después estamos de regreso en el bosque, en mi regazo descansa una caja de tamaño mediano con cuatro rosquillas de diferentes sabores de glaseados en su interior, dos son mías y las demás del alguacil; aparca detrás de la camioneta del forense y ambos bajamos, termino mi rosquilla de glaseado de vainilla y le paso la caja al alguacil, quien la toma y saca de su interior una de glaseado de fresa, camino detrás de él mientras se hace paso a través del mar que sus empleados, y compañeros, conforman hasta llegar a la escena final del crimen, siento mi estómago comenzar a agitarse antes de tener la rosquilla subiendo por mi garganta, pronto estoy doblada sobre mí misma mientras vomito sobre la maleza del bosque.

La desvencijada camioneta de mi padre se encuentra destrozada, parabrisas y ventanas rotas, los neumáticos parecen haber estallado, la puerta metálica del acompañante se encuentra colgando de las bisagras que la unen a la camioneta. Y lo peor, hay sangre por todas partes, dentro y fuera de ella. Mis ojos se llenan de lágrimas al reconocer las gafas protectoras de mi tío destrozadas en el asiento del acompañante, rodeadas de sangre y parte del asiento, ya que este se encuentra desgarrado, sollozo e intento acercarme, pero dos oficiales me detienen mirándome con reprobación y desdén, no hay nada de compasión en sus miradas.

— ¿Qué ocurrió?—Inquiero entre sollozos, dirigiéndome a nadie en particular, el forense se acerca a mí con seriedad y cautela. Genial, este imbécil también teme de la maldición que acecha a mi familia, o lo que sea que quede de ella.

—Parece ser un ataque animal, tal vez un oso o dos lobos, no lo sabemos con exactitud.

— ¿Cómo? Imposible, no hay tales animales en este lado del país.

—El ADN que se ha encontrado en el cadáver dice lo contrario. Ahora, debe reconocer dicho cadáver.

—Está jodiéndome. —Suelto sin pensar, limpiando las lágrimas que corren por mis mejillas, me mira con desagrado, no me retracto. —N-no puedo hacerlo.

—Tendrás que hacerlo, es necesario para continuar con la investigación. —Hace una seña a los oficiales que aún me sostienen y ellos me arrastran en contra de mi voluntad hacia una esquina detrás de la destrozada camioneta de mi padre, donde una bolsa negra en forma de cuerpo nos espera.

Luz de lunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora