Capítulo 7: No puedes volver a casa

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Atenas, 18 de septiembre


—¡Ah!

—¡Tranquilo!

Una mano le empujó en el pecho y le tumbó. Poco a poco los ojos de Sergio se fueron acostumbrando a la luz. Ante él estaba un anciano de pequeña estatura, pelo y barba largos y blancos, ojos grises y la cara surcada de arrugas.

—Me llamo Asclepio.

¡Menudo nombre! Sergio recordó sus clases de sociales. Asclepio era el dios de la medicina griega...¿era un dios? No, no podía ser, los dioses griegos no existían. Aunque por otra parte, antes Elisabeth había mencionado algo acerca de Poseidón... ¿o había sido la guerrera del pegaso?

—¿E... eres un dios?

El anciano sonrió.

—¡Qué va, ni mucho menos! Soy alguien como tú, pero que ha hallado la manera de ser inmortal, ya está.

—¿Inmortal?

—Tú descansa, dentro de poco vendrá Elisabeth a explicártelo todo.

Sergio cerró los ojos.


—Sergio. Despierta.

El chico abrió los ojos lentamente, para que se acostumbrasen a la claridad. Miró su reloj: las diez de la mañana en Tarifa. ¿Qué hora sería en Atenas?

—Ho... Hola. ¿Qué hora es aquí?

—Me he tomado la libertad de actualizar la hora de tu reloj.

Sergio asintió y miró de nuevo el reloj. Levantó la vista y se encontró cara a cara con Elisabeth. Iba vestida con un chándal gris y unas zapatillas de deporte rojas. El chico se intentó incorporar, pero necesitó la ayuda de la mujer porque todavía le dolían las costillas.

—¿Me vas a explicar ya qué hago aquí?¿Cuándo podré volver a mi casa? —preguntó Sergio.

Era muy extraño: quería irse a su casa, pero aquel lugar le hacía sentirse bien, como en su verdadero hogar.

—Ven, acompáñame.

Elisabeth le ayudó a andar por los pasillos de la gran mansión. El suelo estaba cubierto por una moqueta roja, y las paredes color crema estaban plagadas de cuadros con marcos dorados. Dioses, héroes, monstruos mitológicos... todas las pinturas tenían que ver con la antigua Grecia. Entonces Elisabeth se detuvo y abrió una gran puerta de madera oscura.

Entraron en una habitación amplia, con unas grandes ventanas al fondo que permitían la entrada de luz. Había unas vitrinas de cristal distribuidas por toda la sala, con objetos antiguos como dagas o espadas que parecían tener mucho valor. El centro de la habitación lo ocupaba una mesa alargada demadera de roble barnizada, cubierta con un mantel de encaje blanco.En el centro había un jarrón con unas rosas blancas y rojas. Había ocho sillas: tres a cada lado y una en cada extremo.

Elisabeth se sentó en la silla que presidía la mesa y Sergio ocupó el asiento contiguo.

—Lo que te voy a decir ahora te parecerá sorprendente. Increíble. Creerás que estoy alucinando, pero tienes que confiar en mí.

Sergio ladeó la cabeza y suspiró. No le quedaba más remedio. Aquello no podía ser más raro de lo que ya era.

—Los dioses griegos como Zeus, Poseidón, Hades... y todas las bestias mitológicas de la antigua Grecia: el minotauro, Equidna, Tifón, Medusa... son reales.

El Resurgir del OlimpoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora