Atenas, 11 de marzo
Eran las ocho de la tarde. Fuera, el frío comenzaba a cubrir Atenas con su manto tejido a base de neblina y gotas de rocío. Tan sólo pandillas de jóvenes y algún que otro ejecutivo con prisas permanecía en las calles, mientras que los más sensatos se resguardaban en sus casas. Aquella noche prometía tormenta.
Hestia contemplaba la formación de la misma desde el balcón de su habitación.
La diosa se balanceaba hacia delante y hacia atrás en su mecedora, con un libro abierto sobre los muslos y varias páginas con apuntes desperdigadas sobre él. Algunas salieron volando con la brisa nocturna, pero a la diosa lo le importó. Chasqueó los dedos y salieron ardiendo, convirtiéndose en cenizas para que ningún ojo curioso pudiese conseguir información inadecuada.
Se llevó el bolígrafo que sostenía con la mano derecha a la boca y lo mordió suavemente. Suspiró con los labios cerrados, convirtiéndolo en un quejido lastimero. Se frotó los ojos y carraspeó.
Oldrik. ¿Dónde estabas?
No había tenido la oportunidad de hablar con Aleksei desde su regreso, ya que cada vez que lo encontraba estaba rodeado de chicos y chicas que le pedían que contase su aventura una y otra vez. En esos relatos apenas mencionaba a su compañero y menos aún que había sido de él.
Dirigió la vista hacia la derecha y contempló los balcones correspondientes a las habitaciones de Elisabeth, Chris, Burke y Azhar. Estos dos últimos estaban ocupados por sus dueños.
Burke estaba sentado en una silla de madera e inclinado sobre una mesa, con compases, reglas, escuadras, cartabones, todo tipo de lápices y algunas gomas de borrar desperdigados por ella. Su frente estaba perlada de sudor por el cansancio y el estrés de lo que quiera que estuviese haciendo. Parecía un plano.
Hestia se encogió de hombros. Con el tiempo había aprendido que Hefesto era muy reservado con sus proyectos y que no le sacaría nada.
Por su parte, Azhar blandía dos estoques y los hacía bailar ante sus ojos, lanzando rápidos golpes al aire. A su alrededor flotaban varias dagas y cuchillos, sostenidos por el aura de Ares, dios de la guerra.
Volvió la vista de nuevo sobre sus folios y frunció el entrecejo. Había estado investigando en la biblioteca sobre cómo averiguar el paradero del Olimpo. Sabía que Hécate trasladó la magnífica ciudad a otro lugar con el fin de que sólo cuando estuviesen preparados intentasen tomarlo.
Ahora lo estaban.
Tenían a los Tres Grandes con sus respectivos artefactos entre sus filas y Elisabeth había partido en busca de la Égida. Contaba casi cincuenta dioses reencarnados en la casa, todos fieros guerreros preparados para entablar un combate. ¿A qué esperaban?
Pasó la página del libro y descubrió un texto lleno de garabatos. Estaban escritos en ruso. Aquello sólo podía ser obra de Aleksei.
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El Resurgir del Olimpo
FantasíaHace miles de años, el Olimpo cayó bajo el poder de los Titanes. Los templos quedaron reducidos a cenizas, las estatuas a montones de escombros, y los árboles murieron entre las llamas. Hace miles de años, Cronos se convirtió en el nuevo Rey del Oli...