Capítulo 32: La Batalla de Barajas

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Sevilla, 9 de febrero

El sol continuaba oculto cuando llegaron al aeropuerto. Dejaron la furgoneta aparcada cerca y Burke activó el camuflaje. Las bolsas negras con armas se convirtieron en simples maletas de viaje a los ojos de los mortales, incluido los padres y hermanos de Sergio, que pestañeaban asombrados ante el cambio.

—¿A dónde vamos?

—Creo que es ahí.

Compraron los billetes, pasaron los correspondientes controles y montaron en el avión. Fue un trayecto corto, no más de dos horas. Cuando llegaron a Madrid ya había amanecido.

—El próximo vuelo a Atenas sale dentro de cuarenta minutos- comentó Elisabeth, fijándose en las pantallas del aeropuerto de Barajas.

Aeropuerto Adolfo Suárez Madrid-Barajas, 9 de febrero

Pasaron veinte minutos en silencio, cuando de pronto un estruendo hizo temblar los muros de la terminal.

—¿Qué demonios está pasando? —gritó Burke, poniéndose en pie.

Ya habían pasado los nuevos controles y estaban esperando en las incómodas sillas de plástico, de esas que hay en todos los aeropuertos para que después el también incómodo sillón del avión te parezca la cosa más blandita del Universo.

El techo de la terminal estalló en mil pedazos y una enorme bandada de aves de Estínfalo irrumpió en el edificio. En cuestión de segundos todos comenzaron a chillar y a huir.

Todos excepto Sergio y sus compañeros.

—¡Burke, protege a Alyssa y a la familia de Sergio! ¡Sergio, ven conmigo!

El chico al principio se mostró reacio a abandonar a Alyssa, pero enseguida corrió en pos de Elisabeth hacia la mayor aglomeración de pajarracos.

Desenvainó sus espadas y, sin importarle la presencia de los demás viajeros, invocó a las aguas. Estaba harto de que sus compañeros saliesen mal parados por no utilizar sus poderes. No tenía sentido. Tenía mucho poder dentro de él, ¿por qué intentar retenerlo? No dejaría que le pasase algo a alguien más.

Todo el agua que se agitaba en las tuberías subterránea brotó en la superficie en forma de enormes chorros a presión e hirviendo. Las plumas de los pájaros se carbonizaron al recibir el impacto del agua y desgraciadamente algunas personas se vieron afectadas también.

Entonces algo agarró a Sergio del tobillo y lo arrastró varios metros hacia atrás. El chico se consiguió liberar y se enfrentó a la bestia.

Era una medusa más grande de lo habitual. A diferencia de la mayoría, no tenía cola de serpiente, sino un par de piernas delgadas y una piel de escamas verdes. Su pelo era rubio con mechones de un azul descolorido, y sus ojos rojos como la sangre. En ambas manos portaba sendas cimitarras de hojas negras emponzoñadas.

—Sssergio... —siseó.

—¿Q-q-qué...? —Sergio tragó saliva. Nunca había visto a un monstruo hablar—. ¿Quién eres?

—Sssoy una de las tressss Gorgonass... —contestó ésta, lanzándose hacia él.

—¡Cuidado Sergio! ¡Es una bestia primigenia, la primera de toda su estirpe! —le advirtió Burke, que se hallaba en combate singular contra un trío de harpías.

La medusa hizo ademán de clavarle una de sus espadas en el cuello, pero Sergio la bloqueó cruzando sus armas. Saltaron las chispas.

El chico lanzó una fuerte patada al vientre de la bestia para desequilibrarla y dirigió un látigo de agua a su rostro. Del impacto la Gorgona cayó al suelo y Sergio se encaramó sobre ella.

El Resurgir del OlimpoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora