Capítulo 44: Y que las cenizas sean pasto de la más fría oscuridad

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Everest, 10 de marzo

—Esto es una locura —dijo la harpía, corriendo de un lado a otro de la sala—. Los ejércitos de Central Park han sido derrotados. Equidna también. ¡Y ahora Hades e Hypno se dirigen a Moscú! ¡La guerra ha comenzado!

—¡Silencio! —rugió Hiperión.

La harpía enmudeció al instante.

—No es la primera crisis que hemos tenido, ni será la última. Pero como en todas las demás, saldremos adelante —dijo con voz tranquila, aunque la furia corría bajo aquella máscara relajada—. Tendremos que ponernos serios.

—¿Está seguro, mi señor?

—Sí. ¡Que tiemblen las ciudades de la Tierra y que sus restos sean devorados por las llamas del Inframundo! ¡Que los dioses teman el poder de los Titanes! Y que las cenizas sean pasto de la más fría oscuridad.

Moscú, 10 de marzo

Un frío que entumecía los huesos y los traspasaba hasta el mismo túetano cubría Moscú. El cielo estaba nublado y hacía mucho viento. Aunque esas condiciones no importaban a Oldrik y Aleksei, que estaban comiendo en un restaurante del aeropuerto.

—¿Has acabado ya? —preguntó Aleksei. Él hacía rato que había dejado los cubiertos en el plato, incapaz de tomar un bocado más.

—Sí. Vámonos.

Aleksei dejó tres mil rublos que acababan de cambiar en una máquina del aeropuerto y se marcharon. Oldrik pidió un taxi para la Catedral de San Basilio, que según les dijo el taxista quedaba a una hora. Por desgracia para ellos, el brutal tráfico de Moscú les ralentizó y llegaron al cabo de casi dos horas.

—Maldición... —murmuró Aleksei mientras pagaban el taxi.

Se apearon y entraron a pie en la Plaza Roja, donde se hallaba la Catedral. Un impresionante edificio multicolor con numerosas torres acabadas en bolas verdes, azules y amarillas. A ambos lados, a la altura de la acera, dos soportales de arcos verdes y blancos se desplegaban hacia los lados.

—El localizador está vibrando —se percató Aleksei, con un nudo en la garganta.

Efectivamente, el brazalete había comenzado a brillar con una tenue luz rojiza y no paraba de temblar.

—Ti-tiene que estar cerca —tartamudeó.

Oldrik asintió y le apartó para dejar paso a un tropel de turistas chinos armados con cámaras fotográficas.

—¡Tened más cuidado la próxima vez!

—Oldrik. Mira —alcanzó a decir Aleksei.

Del símbolo del casco de hoplita de su brazalete brotaba una luz rojiza que apuntaba a una estatua cercana a la Catedral, sobre un pedestal rosado. Oldrik pericibió por el rabillo del ojo que algunos curiosos comenzaban a observar el haz de luz, así que permitió a Hypno entrar en su mente. Chasqueó los dedos.

—Dulces sueños... —murmuró.

Un vapor lila se extendió por toda la plaza lentamente. Todo aquel que lo respiraba se sumía en un profundo sueño en el acto, excepto Aleksei y él.

—Tenemos que darnos prisa, el efecto no durará mucho —avisó Oldrik con la frente sudorosa por el esfuerzo.

Se acercaron a la carrera a la estatua, saltando por encima de dos niños dormidos.

La escultura representaba a dos hombres, uno de pie y otro sentado, sin duda de una época pasada. Quizá podrían ser griegos, aunque no tendría mucho sentido en Moscú. Daba igual, esa no era la cuestión.

El Resurgir del OlimpoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora