Capítulo 39: El tridente de Poseidón

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Triángulo de las Bermudas, 5 de marzo

La noche acababa de caer sobre la isla. Una enorme luna llena iluminaba el mar, que ahora estaba tranquilo. Una fría y suave brisa movía las hojas de las palmeras y árboles tropicales que había más allá de la franja de arena en la playa, y el ulular de extraños y exóticos pájaros confería un aura mágica al lugar.

Sergio abrió la puerta de su habitación con cuidado. Tras el abrazo con Alice, había permanecido adormilado hasta casi caer la noche. Entonces fue cuando recordó la señal de su localizador y decidió salir a investigar. A pesar de que ya se había puesto en marcha, todavía una ligera manta de sueño se extendía sobre él. ¿Qué le pasaba?

Ignoró aquellos extraños síntomas y continuó su marcha silenciosa por el pasillo. La madera crujía débilmente bajo su peso y Sergio cerraba los ojos con fuerza cada vez que eso ocurría. Alice ya le había dicho que no saliese de su habitación por la noche, así que no le haría gracia descubrirle desobedeciéndola.

Finalmente salió al exterior, a uno de los numerosos puentes que comunicaban las cabañas entre sí. Descubrió que había estado todo aquel rato en el edificio principal.

Miró a su alrededor, sin encontrar nada que indicase que el tridente estaba allí. Seguramente se hallase en las profundidades de la selva. Cuando se encaminaba hacia allí, la luna y las estrellas brillaron con más fuerza unos segundos, acompañadas por crujidos de madera y chapoteos en el agua.

Sergio se giró, en posición de guardia. Anonadado, contempló que justo donde acababa el hotel sobre el agua, comenzaban a erigirse nuevos puentes, zancos y cabañas, que salían del mismo mar. La madera que los formaba estaba medio podrida y salpicada de algas, huesos de peces muertos y corales petrificados.

El localizador de Sergio brilló y proyectó un haz de luz azul en dirección a la nueva sección del hotel, que se perdía en la oscuridad de la noche a pesar de la luna llena. El chico tragó saliva y avanzó hacia allí lentamente al principio y luego a la carrera, hasta que puso el primer pie sobre la madera húmeda.

Fue avanzando más despacio, consciente de que en cualquier momento la madera podría ceder debido a su mal estado, y con la mente confusa que tenía en aquellos instantes no quería tener que nadar.

Los corales muertos tenían una tonalidad grisácea y de sus gruesas ramas colgaban algas podridas y huesos. ¿Qué había escondido en las profundidades de ese cementerio marino? Prefería no averiguarlo.

Continuó caminando, siguiendo el haz de luz que proyectaba el localizador sobre las cabañas y puentes. Poco a poco se vio envuelto en una oscuridad que ni la luna llena podía disipar, como si fuera fruto de un hechizo.

En la penumbra, Sergio se fue internando más y más en la sección del hotel rodeada de aguas oscuras. Fue dejando atrás las cabañas, hasta que su camino tan sólo era una intrincada red de puentes con varios niveles, que le obligaba a caminar en círculos en un mismo lugar sin apenas avanzar nada.

Finalmente, cuando ya no podía divisar la costa y la luna llena parecía haber desaparecido, encontró una enorme cúpula de cristal negro de casi treinta metros de diámetro, sujeta por encima del agua por gruesas columnas de madera.

El localizador zumbó cuando Sergio se aproximó a la puerta. Era de madera de ébano, gruesa y bien cuidada. El chico sabía que sería imposible derribarla, así que tendría que buscar otra entrada.

Caminó alrededor de la estructura por el pequeño puente que la rodeaba. La madera estaba mojada y semi podrida, con agujeros en algunas partes. Los zancos que sostenían la estructura sobre el mar temblaban bajo el peso de Sergio y al chico le asustaba verse entre las olas de un momento a otro.

El Resurgir del OlimpoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora