Capítulo 65: El alma divina

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Olimpo, 30 de abril

Oldrik corrió hacia Polifemo, destrozado por dentro. Golpeó al cíclope con tanta fuerza que el puño le atravesó el muslo.

-¡Maldito!- sollozó Oldrik.

El ejército de los Titanes había acabado con el de los dioses por completo. Las reencarnaciones que quedaban con vida tan sólo huían, intentado escapar del Olimpo y esperar a una segunda oportunidad.

Elisabeth miró hacia el Gran Templo y clavó su lanza en el suelo. Derramó lágrimas.

-Tenéis que conseguirlo, por favor- suplicó.

Un centauro cayó muerto frente a ella.

Entonces algo ocurrió

Un árbol surgió del Gran Templo y atravesó el techo. Superó la altura del invocado por Rayen y se desplegó en todo su esplendor. Atravesó las nubes negras y las extinguió. El sol se alzó en el cielo en pocos segundos. Una bandada de aves del paraíso alzó el vuelo desde las ramas más altas.

-¿Qué...?

Elisabeth miró a Prometeo, que intentó huir de Hestia.

-¡No!- gritaba-. ¡Ella a vuelto!

Entonces la diosa le arrojó una esfera llameante y lo convirtió en una nube de cenizas.

-¿Qué es eso?- inquirió Hestia.

-No lo sé, querida- respondió la diosa-. Pero algo me dice que hemos vencido.

Señaló al ejército de los Titanes. Plantas de todo tipo surgían del suelo y los estrangulaban. Todo se cubrió por un manto de hierba verde, que fue pisoteada por leones, elefantes y miles de animales diferentes que habían surgido de la nada.

Un grito desgarrador surgió del Gran Templo.

Hestia lo identificó.

-Cronos ha muerto.

Sergio derramó lágrimas de alegría y pena a la vez. Habían vencido a los Titanes. Habían recuperado el Olimpo.

Se arrodillaron junto a Aleksei. Su vida llegaba a su fin.

-¡Tienes que hacer algo!- se suplicó a Gea-. ¡Por favor!

La mujer negó con la cabeza, pero no pareció dar señales de pena ni de comprensión.

-La Naturaleza debe seguir su curso.

Colocó una mano en la frente de Aleksei y lo recostó sobre el césped mullido.

-Descansa en paz- le dijo con voz dulce.

Aleksei sonrió.

Y la vida le abandonó.

-¡No!

Sergio le abrazó.

-No debiste haberlo hecho. Debiste dejar que la guadaña me golpease a mí. ¡Que me matase a mí!

Nadie respondió.

Erik dejó escapar un sollozo.

-Aleksei, vuelve- suplicó Sergio-. ¡Vuelve!

-Se ha ido para siempre- decretó Gea.

Se incorporó y elevó una mano sobre Aleksei. La hierba comenzó a crecer sobre él y a rodearlo, hasta cubrirlo por completo y hacerlo desaparecer.

-Salgamos afuera- dijo Gea.

Cuando Sergio abrió las puertas del Gran Templo, fue recibido por una oleada de vítores y griterío. Apenas quedaban guerreros, unos cuarenta, pero parecían millones. Alyssa corrió a su encuentro y lo abrazó, desde la amistad.

El Resurgir del OlimpoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora