Capítulo 17: Un último combate

2.7K 235 31
                                    


Alguna carretera comarcal de Grecia, 20 de octubre


Aleksei no respondió, sino que se limitó a observar detenidamente la carretera, hasta que hacía una curva rodeando una pequeña colina y se perdía de vista. Al cabo de media hora, una camioneta llegó a toda velocidad, casi a doscientos kilómetros por hora. Frenó en seco junto a ellos y de ella bajaron Ezima y Burke, armados hasta los dientes. Burke cargó a Elisabeth y Alyssa en los asientos traseros y Ezima; Sergio y Aleksei subieron las cosas a la parte de atrás.

Sin mediar palabra, la guerrera se sentó en el asiento del copiloto y dejó a Sergio y a Aleksei en la caja de la camioneta. Se podía palpar su furia en el aire.

Tras quince minutos a toda velocidad, ya estaban cerca de Atenas. Serían las cuatro de la tarde.

—¡Cuidado! —exclamó Aleksei de pronto.

Empujó a Sergio para tumbarle, y las garras de un ave de Estínfalo pasaron rozándoles la nuca. La camioneta no se detuvo, pero Ezima había visto al monstruo.

Sacó su torso por la ventana y apuntó con la ballesta. Un virote enorme salió disparado y derribó al pájaro, que soltó un agudo chillido. Sergio sacó un arco y varias flechas de una de las cajas y se giró. Efectivamente, una bandada de unos cien pajarracos volaba hacia ellos. Disparó varias flechas, pero erró en el blanco ya que nunca había practicado.

Aleksei le arrebató el arma y le entregó su espada rojiza. La hoja ahora estaba envuelta en cálidas llamas que giraban a su alrededor. Ezima se subió al techo de la camioneta y se mantuvo en pie a pesar de la velocidad. Se sacó un pequeño martillo del cinturón y lo lanzó a las aves de Estínfalo. El arma voló por el aire y, sola, fue golpeando a las águilas.

—¡Vienen más!

Otro pájaro voló hacia ellos y Sergio le cortó un ala. Cuando la hoja de la espada tocó las plumas, la bestia salió ardiendo. El chico lanzó una exclamación de sorpresa y se agachó para evitar las garras de otro monstruo. Aleksei disparó varias flechas y derribó a otras tantas. La bandada se estaba quedando sin miembros.

Burke pulsó unos botones dentro de la cabina del conductor y salió al remolque junto a los demás. Sacó del cinturón una pequeña barra de metal que creció hasta medir casi dos metros, como un bo de los que usan los ninjas. Golpeó a un ave de Estínfalo en la cara y le partió el cuello de una patada.

—La camioneta irá sola a la base, pero debemos aguantar. Estaremos allí dentro de diez minutos.

Poco a poco la bandada se fue dispersando hasta que no quedaron más enemigos.

—Cinco minutos.

Los cuatro guerreros se derrumbaron, agotados. A Sergio le dolía la cabeza tras tanto esfuerzo y por haber usado los poderes de Poseidón. Le había costado mucho controlar al dios del mar.

El teléfono de Burke sonó. El hombre lo cogió.

—¿Sí?

Burke frunció el ceño y asintió con seriedad.

—Nos desviaremos. Tened cuidado por allí también.

Colgó y suspiró.

—Debemos cambiar de rumbo. Hestia ha visto una furgoneta cargada de monstruos por las calles de Atenas. Al parecer, Hiperión los ha traído hasta aquí con sus poderes.

Burke volvió al asiento del conductor y Ezima se ocupó de las heridas de Aleksei, Sergio, Elisabeth y Alyssa con un kit de primeros auxilios.

—¿Nos encontrarán?—preguntó Sergio mientras Ezima le aplicaba un algodón con alcohol sobre una herida.

El Resurgir del OlimpoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora