Atenas, 24 de enero
—¡Sergio!
Al abrir los ojos, la luz del alba le cegó momentáneamente. Parpadeó y miró a su alrededor. Seguía en el Jardín Sur. A su lado yacía la espada, completamente congelada. En la piscina, las figuras de su familia también habían quedado heladas, con las manos extendidas hacia él.
—¿Estás bien? —preguntó Hebe.
Sergio levantó la mirada.
Agachada junto a él estaba la joven. Llevaba el pelo cobrizo sujeto en una gruesa cola de caballo y le observaba con preocupación, con aquellos hermosos ojos verdes. Pero no tan verdes como los de Alyssa.
Alyssa...
—Eh... sí... no. Bueno... —intentó decir.
—Anda, ven conmigo. —Hebe le tendió la mano.
Sergio la aceptó y la chica le ayudó a levantarse. Se sacudió el césped del pantalón y recogió la espada con cuidado de no tocarla mucho. Los dedos se le podrían quedar pegados al hielo y separarlos no era un proceso agradable.
—No tengo ni idea de como devolver a la piscina a la normalidad —confesó el chico.
—No te preocupes, Burke fundirá el hielo o algo.
Sergio se quedó pensativo unos instantes. Hebe no parecía sorprendida. ¿Sabría todo lo de Kýma?
—Sí, Sergio. Estoy al tanto de tus capacidades —asintió la chica, como si le hubiese leído la mente.
—¿Cómo lo has...?
—Intuición femenina —respondió, guiñándole un ojo.
Desde que se habían hablado por primera vez, Hebe había ido siendo cada vez más abierta con Sergio y ahora era una nueva persona. Así era mucho mejor. Hasta había llegado a despertar algún que otro sentimiento en él, pero nada comparable a lo que sentía por Alyssa.
Llegaron al comedor y entraron en la cocina por una pequeña puerta de madera vieja y mugrienta. Era... enorme.
Una habitación rectangular con una isla de mármol en el centro de unos tres metros de largo y dos de ancho. Estaba llena de tablas de cortar, fruteros, carne, pescados con hielo, pan... todo listo para todas las comidas de aquel día.
Alrededor de la isla había un pasillo y luego una encimera también de mármol con tres vitrocerámicas, dos hornos microondas, un par de enormes fregaderos y varios armarios a rebosar de platos, vasos y cuencos de todo tipo. Debajo de la encimera había numerosos y variados cajones de cubiertos. Sergio también pudo ver un par de lavavajillas y otro horno mucho más grande. Cuatro neveras con sus respectivos congeladores y una despensa descomunal se hallaban a la derecha de la entrada, en una habitación contigua.
—¿Aquí haces la comidas? —preguntó Sergio.
Enseguida se arrepintió. Vaya pregunta más estúpida. Hebe no pareció darle importancia.
—Exacto. Aunque Hestia me ayuda casi siempre, de hecho... —bajó la vista a un sencillo reloj que tenía en la muñeca—. Está al llegar.
Sergio se sentó en un taburete alto junto a la encimera del centro y observó como Hebe cortaba una barra de pan.
—¿Te sientes mejor? —preguntó la chica sin apartar la mirada de su tarea.
—Todavía estoy un poco mareado, pero nada más. No entiendo qué me ha pasado —respondió Sergio, frotándose las sienes.
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El Resurgir del Olimpo
FantasiHace miles de años, el Olimpo cayó bajo el poder de los Titanes. Los templos quedaron reducidos a cenizas, las estatuas a montones de escombros, y los árboles murieron entre las llamas. Hace miles de años, Cronos se convirtió en el nuevo Rey del Oli...