Luna Roja [+18] [Sangre & Acero I]

03 || Sin recuerdos

⚜️

Apartamento de los Wallas, Montecarlo, Mónaco.

|Rassel Leonhart|

—Mírame, fresita.

El hombre que me sostenía era rubio, mas sin embargo, su rostro estaba borroso. Podía sentir su tacto, transmitiéndome seguridad y calidez aunque pareciera estar desesperado.

—Te quedarás aquí por un tiempo, ¿okey? Clinton y Eva van a cuidar de ti.

—Quiero ir con ustedes.

—No esta vez, mi pequeña —Pasó una manta por mis brazos hasta cubrirme por completo, posterior a ello, un aullido resonó y un lobo blanco con ojos color verde intenso, casi esmeralda, se mostró no muy lejos de nuestra posición—. Nosotros... mami y yo tenemos que irnos, no... no nos verás por un tiempo pero... jamás olvides que te amamos. Y recuerda, Rassel, recuerdanos y solo entonces sabremos cuándo regresar por ti.

Depositó un casto beso en una de mis mejillas, pude sentir el esbozo de una sonrisa y... empecé a sentirme adormecida, y cuando lo sentí moverse, cuando lo sentí irse, lo hizo tan rápido que no pude percibirlo sino hasta que lo miré al lado del lobo blanco.

Mi corazón se sentía dolorido, mi cuerpo cansado, y solo sentía la necesidad de estar con ellos.

Y aquellas palabras...

«Recuerda...»

«Recuerdanos y solo entonces sabremos cuándo regresar ti».

[...]

Desperté sudada y con lágrimas cubriendo mis ojos. Era el mismo sueño. Otra vez soñaba con él y el lobo blanco, otra vez soñaba que era una niña y que mis padres me abandonaban pero... no podía recordar nada más.

¿Por qué no podía recordar? Me esforzaba en hacerlo, tenía qué, sentía que debía recordarlos y solo así tendría las respuestas que tanto anhelaba escuchar.

Había estado teniendo este sueño de forma recursiva desde que cumplí la mayoría de edad. No entendía por qué ahora, por qué no antes, y menos por qué principalmente no podía recordar nada más que eso.

Era frustrante mi situación. No tenía por dónde empezar a investigar y tampoco tenía a quien acudir, dado que las únicas personas que podían ayudarme estaban muertas.

Clinton y Eva Stone habían cuidado de mí por muchos años, fueron amorosos, amables y verdaderamente me amaron como a una hija. Nunca me ocultaron el hecho de que era adoptada pero aun así no quisieron decirme nada más al respecto, siempre apelaron por decirme que su silencio se debía a que querían que viviera como una persona normal.

No los entendí entonces y tampoco lo hago ahora, pero estaba segura de que todo aquel silencio se debía a algo muy peligroso. Mi instinto me lo decía a gritos.

—Hey, ¿estás bien?

—Paige... sí, estoy bien.

—Rash, no me mientas —Tomó asiento a un lado de mí—. ¿Otra vez es ese sueño?

—Sí —Suspiré—. Es agotador no poder entender nada, no poder recordar por completo.

—Sé lo frustrante que debe ser, o al menos intento entender cómo te debes estar sintiendo pero... vamos, Rash, no puedes seguir enfrascada en eso. Llevas una semana sin asistir a clases y la tía Becky empieza a preocuparse, en algún momento se lo dirá a mi padre y ahí sí vas a sentirte sofocada, porque estoy segura de que no vas a poder quitártelo de encima.