Perpetuo alit in homines fabula

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En una noche estrellada,
La reina contará,
Un bello cuento de hadas,
Que el príncipe amará.

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Hace tiempo atrás, los dioses mayores se reunieron en el monte Olimpo, siguiendo las órdenes de Gea y Urano tomaron una porción de arena de cada templo y un poco de agua del manantial sagrado del Oráculo de Delfos, empezaron a moldear, inexpertos e inseguros, y así crearon a la primera especie humana, algo débil y susceptible, que poblaría la Tierra, a esta especie se la conoció como la humanidad débil.
Tiempo después y ya conociendo mejor el proceso, los dioses volvieron a crear vida para poblar más rápido el planeta, pero esta especie tuvo un resultado mucho mejor que la anterior, siendo más fuerte y saludable, no necesitaban adaptarse al mundo como la primera especie, a ellos se los conoció como la humanidad dominante*.
Esta diferencia de especies conformó la humanidad, pero tal disparidad en la población causó que los humanos dominantes adquirieran riquezas y poder con facilidad, formándose desde entonces las clases sociales que hoy conocemos. Actualmente existen 200 reinos en el mundo, con el nuestro, el Reino Griego, como el principal, cada uno con una población de no más de mil habitantes, a pesar del bajo número de pobladores, se ha incrementado considerablemente en comparación hace cien años, cuando fuimos creados, contando también con los obstáculos que hemos encontrado, como lo son las graves enfermedades a las que son susceptibles los humanos débiles y los bruscos cambios de temperatura que sufrimos hasta que la Tierra pueda adaptarse a nuestra presencia.
Pero mi pequeño niño, nunca debemos perder la esperanza de que algún día, cuando la especie débil se fortalezca, todos podremos vivir en igualdad, en paz... —Narró con suavidad la reina a su pequeño príncipe, sonriendo dulcemente con cada palabra.

Erick se encontraba recostado en su extensa cama, cubierto con las más finas y sedosas sábanas y las más suaves y cálidas cobijas, escuchaba atento la historia que su madre contaba, con una sonrisa tan hermosa como la de ella.

— Esa historia me encanta Mami, me gustaría que los niños del pueblo pudieran escucharla, de seguro les gustaría saber que cuando sean fuertes podrán vivir igual que nosotros, aquí en el castillo —Habló con inocencia el pequeño niño, al igual que su madre, siempre veía al mundo en una mejor versión de sí mismo, ignorando la crueldad que podía llegar a existir.

— ¿Qué te parece si mañana vamos y la contamos juntos? —Sonrió acariciando el cabello de su hijo— Así podrás ver como se ponen felices al saber la noticia.

— ¡Sí! Me encantaría Mami, pero...no podemos salir del castillo, Papi, digo Padre siempre dice que está prohibido —Suspiró el pequeño, temblando de anticipación al imaginar romper dicha regla y que el rey llegara a enterarse de aquel acto.

— Mi niño... —La reina besó su frente y con sumo cuidado retiró un rebelde mechón de cabello— Tú padre...es un poco sobreprotector —Habló con algo de incomodidad por tener que justificar el comportamiento de su esposo frente a su hijo, como lo ha hecho muchas veces antes— Pero no te preocupes, este será un pequeño secreto nuestro cariño.

El pequeño asintió emocionado y soltó un suave bostezo restregando sus ojos cafés.

La reina rió por tal acción y besó la mejilla de su hijo arropándolo con cuidado para finalmente salir de la habitación al terminar.

Caminó hacia sus aposentos y cuando estuvo a punto de entrar escuchó el mismo ruido que todas las noches ha tenido que soportar, aún no entendía porque seguía regresando a esa habitación si sabía muy bien que iba a encontrarse con la misma situación cada vez.
No le dolía en absoluto que su esposo se acostara con otras mujeres, después de todo ninguno sentía nada por el otro, pero temía que su hijo, su amado niño, descubriera aquello y pensara que es algo correcto, temía que siguiera los pasos de su padre.

¿Una fugaz eternidad?  [Yaoi/Gay]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora