Et mirum peccatum

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El tiempo ya pasó,
Sin mayor controversia,
El día llegó,
Y Hades da una sorpresa.

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Cada cierto tiempo, cien años para ser exactos, los dioses se reúnen y analizan la situación de la humanidad,  habían pasado ya muchas de estas asambleas y el mundo se encontraba iniciando su máximo apogeo, en tecnología, medicina, literatura, en todos los ámbitos comenzaba a prosperar.

En la reunión actual así lo decidieron los dioses, acordando que por el momento todo se encontraba en equilibrio.

Aquella noche, Muerte había quedado a cargo del Infierno, ya que, según Hades, los infernums acatarían cualquier orden que él diera, el temor que sentían por su persona era innegable.

Desde el último incidente con Sebastián, Muerte lo había evitado mejor que nunca, cuando lidiaba con él, lo hacía frío y algo brusco e incluso así podría decirse que lo trataba mejor que a los demás.

Nuestros dioses celebraban, dejándose llevar completamente por la vid y el momento.

Hades y Zeus no eran la excepción, aunque el Rey del Inframundo no lo supiera, su padre siempre lo había odiado por una única razón, se debía a que el dios poseía un aparato reproductor femenino y masculino, es decir, era intersexual*. Nadie, además de sus padres y sus abuelos, lo sabía, ni si quiera el mismo dios.

Ignorante del pequeño detalle, cedió a la tentación, al pecado. Durante toda la noche se dejó consentir y complacer por Zeus, quien no era nada ajeno a los sentimientos del menor.

Más no fueron los únicos en caer, Poseidón y su diosa de la sabiduría, Atenea, también cedieron al placer, causando, sin saberlo, una de las mayores catástrofes en los reinos.

El resto del tiempo transcurrió tranquilo y en calma, la pareja principal de dioses ignoró lo ocurrido, y los otros dos lo aceptaron y lidiaron con ello.

Hades regresó al Infierno al día siguiente, complacido del buen trabajo de Muerte.

Los días pasaron con normalidad, Sebastián estaba más ocupado que nunca ahora que era el jefe principal, y Muerte casi no salía de su habitación a menos que fuera por trabajo.

En medio de su pacífica rutina diaria, un infernum se acercó a cada uno y de manera desesperada les comunicó que debían ir con Hades de inmediato.

El primero en llegar fue Sebastián, quien entró luego de no recibir confirmación del otro lado de la puerta.

— ¿Qué puedo hacer por ti Hades? —Habló el demonio entrando, más el silencio le respondió, notando que el dios se encontraba en su baño privado— ¿Hades? ¿Estás bien? —Susurró preocupado al escuchar arcadas y demás en el lugar.

Hades salió del lugar mirándolo algo asustado, no sabía que pasaba, no tenía idea de nada y como a todo ser en el universo, le aterraba lo desconocido.

— N-no...no sé qué me pasa —Susurró preocupado— Sebastián, los dioses no enfermamos, no sé porqué, no lo sé —Un sollozo casi escapó de su garganta, tal vez su padre le hizo algo, pensó el dios, pero recordó que era imposible pues él se encontraba en el Tártaro— Tengo...miedo —Habló tan bajito que Sebastián casi dudó de haber escuchado lo correcto.

— Tranquilo Hades —Susurró el demonio abrazándolo de repente, en el fondo, el alma de Sebastián seguía siendo tan pura y amable como siempre— Tranquilo, de seguro no es nada malo, todo está bien.

El cálido toque del chico reconfortó al dios y ahora más que nunca, maldijo al destino por haber hecho sufrir a tan bondadosa alma.

— Hades...voy a pasar —La voz de Muerte se escuchó fuera de la habitación, el dios no se encontraba en capacidad de contestar y fue su acompañante quien respondió.

¿Una fugaz eternidad?  [Yaoi/Gay]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora