A diebus vanitatis

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Una alma perdida,
Sin su otra mitad,
Un corazón sin vida,
Por la muerte optará.

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El rey había dictaminado que el príncipe, debido a poseer sangre real, sería condenado a permanecer en el calabozo durante tiempo indefinido.

La noticia no había llegado a oídos de Erick, su mirada aún seguía en el cuerpo de su amado, imaginando como habría sido su vida si todo aquello no hubiera pasado, la feliz familia que pudieron ser, su hijo...que no daría por haberlo tenido en brazos, apostaba todo a que habría sido idéntico a Sebastián, tan hermoso como él, su alma gemela, el chico que robó su corazón desde el instante en que lo miró, los recuerdos llegaron y fueron puñaladas para su alma, el futuro que imaginó fue sal en aquellas heridas, pero, las promesas que no pudo cumplir, las miles de promesas que había pronunciado en nombre de su amor, esas eran el peor martirio y tormento para su corazón.

El pueblo lo miraba triste, compasivo, el odio hacia su rey creciendo poco a poco, más nada podían hacer, los guardias casi los doblaban en número, sin contar que poseían armas que ellos no.

Cuando los guardias quisieron sacar a Erick para llevarlo al calabozo, enpezó a resistirse, no podía dejar el cuerpo de Sebastián ahí, no iba a hacerlo, debía enterrarlo junto al de su padre, era lo mínimo que podía hacer, el amor de su vida y su hijo al menos se merecían eso.
El príncipe no supo de donde saco la fuerza, pero se soltó de los dos guardias que lo apretaban, corrió directo al cadáver del joven y lo tomó en brazos rápidamente, escapando del lugar sin duda de por medio, el pueblo esta vez pudo ayudar, al no permitir que los guardias lograran perseguirlo entrometiéndose en sus caminos.

En menos tiempo del que pensó había llegado al que era su hogar o al menos eso había sido, dejó el cuerpo en el piso por un momento, mientras con las herramientas se quitaba los grilletes que ataban sus manos delante de si. Cuando terminó, cambió la ropa de su amado por la mejor que tenía y buscó entre la ropa propia el anillo que había estado ocultando, un anillo que él mismo había hecho, con un poco de metal y una piedra que había encontrado en el río, era rústico y para nada hermoso o brillante, había planeado dárselo a Sebastián cuando tuvieran a su hijo en brazos, ahora entendía que no debía hacer planes a futuro, solo dolía más. Colocó el anillo en su mano y la besó, acarició su vientre una última vez llorando desconsolado.

— Lo siento mi bebé...lo siento tanto, Papi es un idiota, un inútil —Susurró dejándose caer en el pecho del joven, que ahora ya no emitía ruido alguno— Lamento tanto todo esto —Suspiró volviendo a llorar, gritando de dolor, daría su vida misma porque la cálida mano de su amado acariciara su cabello susurrando todo estará bien, mientras él le sonreía y asentía.

Cuando recuperó un poco de fuerza, volvió a cargar el cuerpo y lo llevó al lugar donde estaba su padre, lo enterró en el lugar, colocando la cabeza en posición con el resto del cadáver, y mientras lloraba en silencio cubrió el cuerpo con la tierra, dándole un último y doloroso adiós.

Regresó a la casa, con pasos pesados y lentos, entró al lugar y volvió a llorar, al parecer era lo único que podía hacer, nunca creyó que perder a su alma gemela sería tan horrible. Por supuesto que lo era, perder a tu alma gemela, a tu verdadera alma gemela, era lo peor que podía pasarte, tu alma se consumía sola, lenta y tortuosamente, el aire ya no te era suficiente para vivir, el tormento, el dolor, la desesperación, la soledad que experimentabas no tenían comparación, tu alma se sentiría mejor en el mismo infierno antes que en aquella realidad llena de vívidos recuerdos.

Y eso decidió el príncipe, no tenía a su madre, no tenía a Héctor, ni a Bernardo, ni a su hijo, ni a...Sebastián. Estaba solo en el mundo, totalmente solo, prefería morir.

¿Una fugaz eternidad?  [Yaoi/Gay]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora